span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: Monument Valley: el espíritu del viejo Oeste

viernes, 3 de abril de 2009

Monument Valley: el espíritu del viejo Oeste



En aquel pequeño rincón de Arizona, junto al río Colorado, Slim y Koody habían conseguido volver al Lejano Oeste. O quizá nunca habían salido de él. El pintoresco matrimonio algo entrado en años había conseguido ocultarse de la tiranía de la sociedad de consumo y encontrar un espacio y un tiempo para disfrutar de las cosas sencillas, aquellas que no se podían comprar con dinero. Slim y Koody se dedicaban a la cría de caballos y su forma de vida lo era todo menos convencional. Durante el verano, se trasladaban a un trozo de terreno en el interior de un cañón por cuyo interior discurrían las achocolatadas aguas del río Colorado. Sí, contaban con una furgoneta gastada por el uso y los años con la que cubrir las enormes distancias americanas. Y sí, probablemente compraban la comida en un supermercado. Sus hijos acudían a la escuela para recibir una educación que les permitiera, si así lo deseaban, seguir un camino distinto del de sus padres. Pero, en lo demás, las condiciones en las que vivían no se diferenciaban demasiado de las de los colonos del antiguo oeste.

Su campamento se reducía a un corral para los caballos repleto de estiércol y un techado de madera y pajizo de triste rusticidad al cobijo del cual se cocinaba y comía. Su patrimonio, además de la furgoneta y los caballos, consistía en un montón de variados cachivaches desparramados por los alrededores entre los cuales la única concesión a la modernidad parecía ser un generador de gasoil que les proporcionaba luz y electricidad para el hornillo. Para completar el desolador panorama, los baños eran un amenazador hoyo al final de un tortuoso y siniestro sendero (cuya travesía en horas nocturnas requería una linterna so pena de sufrir un engorroso accidente) y el único lavadero era el propio río.

Cuando llegamos, nos recibió alegremente Koody, una matrona agradable y de carácter expansivo, de baja estatura, algo rechoncha, de facciones marcadas y aspecto un tanto descuidado (no podía ser de otro modo viviendo en aquellas condiciones), cuyo acento aproximaba su inglés al dialecto de algún oscuro archipiélago micronesio. Tras las presentaciones, nos enseñó lo que nos iba a servir de dormitorio aquella noche: un hogan. Se trata de un refugio tradicional de los navajos, una estructura redonda y con forma cónica, perfectamente adaptada al terreno, elaborada con barro seco y ramas fuertemente entrelazadas, con una abertura en el techo que permitía la ventilación y la salida de humo en el caso de que se encendiera una hoguera.

- Aquí estaréis bien, tanto si esta noche hace calor como si no. La temperatura se mantiene constante. Lo hemos construido a la manera tradicional de los navajos, con la puerta mirando al este para así recibir la luz del amanecer. Dicen que da buena salud y suerte. No se si será cierto o no, pero desde luego nosotros no nos podemos quejar.

Cuando le preguntamos sobre las colchonetas de espuma y la ropa de cama esparcida desordenadamente por el interior, nos dijo que en realidad aquél era el dormitorio de sus hijos, pero que esa noche no estarían "en casa".
Slim era la otra mitad del matrimonio, la ajustada imagen del cowboy americano al estilo Lucky Luke: alto y delgado como un palillo, piernas arqueadas y un sombrero de vaquero eternamente unido a su cabeza. Ni siquiera se desprendía de él por la noche. Mascullaba un desfigurado e inextricable inglés que nos hizo preguntarnos si llevaba una pelota de ping-pong escondida en la boca. Tanto él como Koody deambulaban descalzos por toda la zona con la mayor despreocupación, indiferentes a los insectos o el estiércol en diferentes grados de frescura que alfombraba el lugar.

Mientras conversábamos apareció, montada a caballo, la hija del matrimonio. Alice Jane regresaba de un rodeo en el que había ganado uno de esos estridentes gallardetes que dan como premio los americanos en este tipo de híbrido de espectáculo y competición. Iba ataviada como recién salida de una película: sombrero vaquero, pañuelo rojo al cuello, camisa blanca con una banda de barras y estrellas, botas con espuelas....

Tras las presentaciones, Koody preparó una mezcla de carnes y verduras con tomate, judías y lechuga que nosotros le ayudamos a freír envuelta en masa de harina sobre una enorme sartén. Después de cenar, a la luz de la hoguera, Slim abrió las puertas de la furgoneta de par en par y encendió el radiocassete del vehículo, del que salían lacrimógenas baladas country del estilo más profundo y rasposo.

Aunque geográficamente la unión de los estados de Utah, Colorado, Arizona y Nuevo México es sólo un punto, la región conocida como Four Corners abarca 260.000 km2 .Buena parte de su superficie está protegida bajo la figura de parques o monumentos nacionales. Glen Canyon, Mesa Verde, el Cañón de Chelly, el Lago Powell y el Gran Cañón se encuentran en esta zona. Los navajos, utes, hopis, zuñis, apaches chiricauas y mescaleros habitaban este espectacular paisaje poblado de cañones, mesas y agujas de roca arenisca y punteado de nombres tan conocidos para los amantes del Lejano Oeste como Santa Fe, Albuquerque, Taos, Durango, San Carlos, Fort Apache, Río Grande o Río Colorado. Hoy día, miles de nativos navajos, hopis y apaches venden artesanía de plata y turquesa en sus reservas, las más grandes del país. Precisamente, en el norte de Arizona, se hallaba nuestro objetivo: Monument Valley Navajo Tribal Park, un paraje de 120 km2 considerado tierra sagrada por los navajos, libre de contaminación y repleto de peculiares formaciones geológicas.

Slim resultó ser una valiosa fuente de información sobre los navajos, la tribu predominante en esta región. Trataba habitualmente con ellos y entre sus amistades figuraban varios miembros relevantes de la Nación Navajo.

- La Nación Navajo -me explicó mientras sonaba de fondo una desgarradora canción de amores imposibles entre toscos vaqueros y refinadas damas- es una especie de Estado semiautónomo. Ocupa unos 67.000 kilómetros cuadrados -casi el tamaño de Irlanda- y se reparte entre los estados de Arizona, Utah y Nuevo Mexico. Es la mayor reserva de los Estados Unidos.

- ¿Y cómo marchan las cosas dentro de la reserva? -pregunto esperando que no se trate de un tema sensible para los americanos que viven en o alrededor de la reserva.

- Bueno, tienen cierta autonomía. Las cosas no son fáciles. El territorio es muy duro, hay problemas de alcoholismo, desempleo... ya sabes.... Los líderes están intentando mejorar las cosas, ofreciendo oportunidades de inversión a gente ajena a la reserva y apoyando tanto los pequeños como los grandes negocios. Por ejemplo, no cobran impuestos -me dijo con una sonrisa cómplice en los labios-. No se recaudan impuestos sobre la renta, sobre el patrimonio o a las empresas. Los pocos que hay, además, son más bajos que en el resto del país.

- ¿Y salen las cuentas? -pregunté escéptico tras haber atravesado pueblos de aspecto miserable y desértico antes de llegar al campamento de Slim.

- Eso aún está por ver. Además, el lado económico no lo es todo. Hasta la fecha, los navajos se han mantenido unidos, con un sentido de identidad sólido pese a todos los problemas que les asediaban. Desde 1934, el órgano de gobierno es el Consejo Tribal Navajo, responsable de la implantación de programas que incluyen mejoras en los sistemas de riego, construcción de viviendas, becas de estudio, etc. El Consejo cohesiona la tribu frente a fuerzas externas como el gobierno estadounidense y las multinacionales e intenta administrar los recursos naturales. Pero los grandes proyectos económicos a menudo traen corrupción y un capitalismo corrosivo. Hoy los navajos se ganan la vida como ganaderos, tejedores, artesanos de la plata o como vendedores en las tiendas o funcionarios de la administración pública. No es gran cosa, y es lógico que quieran mejorar. Pero me temo que los grandes proyectos inmobiliarios, las grandes empresas mineras del carbón y el uranio -cuyos yacimientos abundan en la región- y los planes de abrir centros comerciales pueden convertir la identidad navajo en poco más que una atracción de feria o un parque temático.

Años después de mi visita, al mirar un recorte de periódico, recordé las palabras de Slim aquella noche y su semblante triste y resignado. Aquel recorte, del año 2004, mencionaba el acuerdo alcanzado para abrir un casino en Nuevo México. Existían otros planes para abrir nuevos negocios relacionados con el juego en Arizona, incluido uno junto al Gran Cañón. La Nación Navajo estaba gastándose el 85% de su dinero fuera de las reservas. Literalmente, vendían el alma.

Por si todo eso fuera poco, existía, además, una sorda enemistad con los indios hopis, cuyas reservas están insertas dentro de territorio navajo formando un complejo y enloquecido mapa que no hace más que complicar la vida a sus habitantes. Se podría pensar que este conflicto territorial se remonta a tiempos remotos, pero la verdad es que su inicio data de finales del siglo XIX, como reacción ante el desarrollo propio de la época moderna, con la creación de fronteras artificiales y a la adjudicación de los derechos de propiedad para facilitar el aprovechamiento del agua y los minerales.

- Es posible que desde fuera, los hopis y los navajos parezcan iguales –continuó Slim-. Pero casi se puede decir que aparte de vivir en las mismas tierras, no tienen nada en común. Los hopis son parientes lejanos de los aztecas y su estilo de vida ha sido, desde hace muchísimo tiempo, sedentario. Por el contrario, los navajos descienden de nómadas procedentes del Ártico, prefieren los asentamientos distantes y escasamente poblados. Aunque aprendieron de los hopis las técnicas agrícolas y pasaron a sedentarizarse, lo cierto es que les han hecho la vida imposible. Tengo más relación con los navajos que con los hopis, pero tengo de que decir que éstos tienen toda la razón al quejarse.

Los navajos procedían originalmente de Asia. Cruzaron el estrecho de Bering y se extendieron por Alaska y luego Canadá, continuando su migración hacia las actuales Arizona y Nuevo México, donde llegaron a mediados del siglo XV, no mucho antes de que los españoles hicieran su aparición. Los hopis vivían en la región desde el 700 d.C, localizados en comunidades estables con base agrícola. Los navajos se dedicaron a asaltar y robar las tierras de los hopis. Los españoles hicieron poco para remediar una situación que provocaba amargas quejas por parte de los hopis. Luego los estadounidenses empeoraron las cosas.

Los colonos blancos no estaban dispuestos a aguantar todo lo que habían soportado los hopis y, además, contaban con apoyo. Cuando a principios de los años sesenta del siglo XIX comenzaron a sufrir asaltos de los navajos, llamaron al ejército. En 1863, Kit Carson y sus tropas acabaron con parte de los navajos y metieron al resto en reservas. Durante un breve periodo, los hopis pudieron vivir en paz, libres de los que consideraban sus peores enemigos. Pero su felicidad duró poco. Cuatro años después, los navajos regresaron con permiso de las autoridades estadounidenses, cansados de alimentar a tantos indios y más preocupadas por la guerra civil. Además, su control sobre aquel entonces lejano territorio era escaso, lo que suponía una inversión de hombres y recursos que no podían permitirse. Pasó el tiempo y una serie de malentendidos y acuerdos fracasados entre las tres partes en conflicto. El mapa de las reservas navajo fue ampliándose a medida que disminuía el de las reservas de los hopis, hasta que las tierras de estos últimos –que en otra época habían superado en extensión a las de los recién llegados- quedaron totalmente aisladas en el interior del territorio navajo. Ahora los hopis quieren que se les devuelva una tierra en la que los navajos han permanecido el tiempo suficiente para adquirir derechos de propiedad.

No pude evitar relacionar el caso con el conflicto balcánico, un galimatías que, para el extraño, resulta incomprensible. También en éste la rivalidad que existe entre serbios y croatas se remonta tan sólo a las postrimerías del siglo XIX. En el caso de los Balcanes, la caída de un gobierno fuerte y centralista llevó a una división sangrienta, con el establecimiento de fronteras que pretendían salvaguardar la soberanía sobre los recursos y las riquezas de un determinado territorio. Aquí, en Arizona, ocurre algo similar. A medida que el gobierno de Washington va desvinculándose de las reservas otorgando mayor poder político y económico a los indios, las rivalidades por la explotación de los recursos minerales y los casinos, puede llevar a la balcanización de la zona.

Aunque los navajos están dispuestos a compensar económicamente a los hopis por los territorios que ahora dominan, no quieren bajo ningún concepto abandonarlos. Los hopis están a merced de los navajos, más numerosos y mejor situados.

A la mañana siguiente las primeras luces trajeron ya un calor insoportable. Slim nos recomendó esperar allí y no ponernos en marcha hasta después de almorzar.

- Si llegáis a Monument Valley en las horas centrales del día el sol os derretirá la sesera como si fuera mantequilla - afirmó rotundamente con su hablar gangoso.

Seguimos el consejo, aunque lo cierto es que en aquel lugar, encajonado por las paredes del cañón, la temperatura y las moscas nos hicieron desear que el tiempo transcurriera más deprisa. Ni siquiera el río Colorado supuso un alivio: su corriente era tan fuerte que nadar resultaba imposible y lo único que podíamos hacer para refrescarnos era dejarnos arrastrar durante cien metros montados encima de viejas cámaras de neumáticos de camión antes de acercarnos a la orilla, coger los grandes anillos de goma y acarrearlos río arriba otra vez para repetir la operación.

Después de comer, nos ponemos en marcha. Como europeo, mi forma de percibir las cosas adolece de las limitaciones típicas de un habitante de este continente. Como en Europa las distancias son más cortas, los accidentes de relieve están más próximos, el aire posee un elevado nivel de humedad y rara vez se tiene una perspectiva amplia del cielo y lo que se tiene delante, el paisaje se contrae y uno se encuentra con una sorpresa diferente detrás de cada curva de la carretera. En cambio, aquí, en el Suroeste de Estados Unidos, todas las distancias son enormes y la tierra carece del manto protector de los árboles. Dado que la sequedad y diafanidad del aire de estas mesetas tan elevadas contribuyen a que el paisaje y el cielo parezcan más anchos, es posible captarlo todo de un solo golpe de vista.

El paisaje nos hace sentir vivos por mucho que sea un desierto duro, seco. Las dimensiones de todo se nos antojan colosales. El aire es menos denso, lo que confiere a todo una rotundidad a la que no estamos habituados: la luz es tan intensa como impenetrables las sombras. Es el Oeste, tierras solitarias hogar de los indios navajo, mil veces vistas en fotografías, películas y anuncios publicitarios. Sin ir más lejos, el protagonista de la película Forrest Gump terminó aquí, en la carretera 163, su larga carrera a través de Estados Unidos.

El espejismo se desvanece cuando el asfalto atraviesa alguna población. Casas bajas con techos metálicos y aspecto de haber sido levantadas de la noche a la mañana, tiendas clónicas de recuerdos y artesanía, bares con indios callados, sentados a la sombra del porche exterior sin nada que hacer ni perspectivas de ello. Llevan el pelo largo, suelto o recogido con coleta y visten tejanos, botas camperas o zapatillas de deporte, camisas a cuadros y un incongruente sombrero vaquero cuando no gorras de béisbol. Si no supiéramos que estamos en la nación más rica del mundo, podríamos creer que estos pueblos pertenecen a algún país del Tercer Mundo. Los 1,4 millones de indios que hay en Estados Unidos sólo representan el 0,6% de la población del país; su tasa de desempleo es del 37%, la mitad reside en viviendas que no cumplen los requisitos de habitabilidad y más del 20% de los hogares indios carecen de instalaciones de agua adecuadas. El clima y el territorio no ayudan: el viento sopla a menudo formando remolinos con la grava y el polvo del suelo y las temperaturas bajan al nivel de congelación por la noche. Son asentamientos con un deprimente aspecto de abandono, con parques de caravanas sobre bloques de hormigón y calles de casas prefabricadas de ínfima calidad. Hasta el parque automovilístico parece viejo y oxidado.

Todavía hacía calor cuando llegamos a Monument Valley. En temporada alta puede resultar difícil encontrar alojamiento en alguno de los establecimientos de la zona. Por nuestra parte, acampamos en solitario justo en el borde de una de las mesetas que delimitan el valle, un resalte pedregoso y sin sombra. Puede que no fuera el más cómodo de los lugares -levantar las tiendas costó un buen rato además de varias piquetas dobladas-, pero de lo que no me cabe la menor duda es de que ningún hotel podría habernos ofrecido una vista mejor. Efectivamente, desde allí se dominaba la mejor postal del parque, la que ha servido de fondo para fotografías espectaculares, anuncios publicitarios, videoclips y películas de Hollywood.

La extravagante belleza del Valle de los Monumentos, como sucede en otros parajes protegidos del oeste americano, la otorgan sus rocas. Ellas crean el relieve, proyectan las mágicas sombras, reflejan los colores y excitan nuestra imaginación. El nombre de la reserva lo dan los monolitos que, como barcos varados tras la tempestad o restos de una antigua ciudad legendaria, surgen del suelo del desierto.

Como siempre sucede con cualquier paisaje de apariencia atemporal, lo cierto es que lo que tenemos ante nuestros ojos no es sino un efímero instante, un fotograma de la larga película geológica. En el transcurso de esa película, Monument Valley tuvo un aspecto muy diferente del desierto moteado de macizos y cerros desolados. Hace 250 millones de años sus arenas no eran sino el lecho de un mar poco profundo, en cuyo fondo se sedimentaron depósitos de fango denso, que comprimieron la arena en arenisca porosa al tiempo que se convertían en pizarra. El mar cedió lentamente y, hace 70 millones de años, la corteza terrestre se elevó, creando una cúpula vasta y abultada que finalmente se enfrió y solidificó. El antiguo lecho marino se convirtió en una enorme meseta de arenisca cubierta de pizarra y conglomerado (una tosca roca sedimentaria compuesta de guijarros y grava). Después de millones de años, esas capas rocosas expuestas fueron transformadas por vientos y aguas, primero en grandes altiplanicies cruzadas por barrancos y cañones, después en mesetas más pequeñas y, por último, en altas columnas u oteros. Hoy, la región sigue transformándose en un proceso que sólo terminará dentro de unos cuantos millones de años, cuando los últimos promontorios de arenisca cedan a la acción del viento y sólo quede una llanura uniforme.

La insólita forma de muchas de estas torres ha suscitado caprichosos nombres populares. El Castillo es una impresionante mesa o macizo de 300 m de alto, coronada por almenas. Los Mitones son un par de formaciones que consisten en una angosta columna de piedra que recuerda al pulgar, junto a un otero mayor (un montículo o pilastra de piedra de punta plana), parecido al conjunto de los demás dedos. Cerca de ahí, la Gallina en su Nido semeja un pollo en cuclillas, mientras que las oscuras moles de los oteros Merrick y Mitchell podrían ser réplicas naturales de gigantescos sepulcros. Según la tradición local, sus nombres homenajean a dos buscadores de plata sacrificados por los indios alrededor de 1880. La Priora, de 245 metros de altura y la mayor de un grupo de rocas conocidas como las Tres Hermanas, parece en efecto una mujer encapuchada, con las manos unidas en oración.

Nos invade el sentimiento de estar en el Oeste mítico, una sensación que se transforma en aparente espejismo cuando por la cabecera del valle asoma una columna de jinetes a lomos de preciosos caballos appaloosa, con sus lomos moteados de blanco y negro. La ilusión pierde intensidad cuando al acercarse vemos que se trata de un grupo de turistas guiados por un navajo disfrutando de una de las maneras más pintorescas de recorrer el valle, tal y como lo hicieron en el siglo XIX soldados, aventureros e indios. En otros tiempos, los navajos fueron excelentes jinetes. Quizá fueran los milenios que habían pasado deambulando como cazadores-recolectores por el noreste de Asia y las regiones árticas de Norteamérica, frente a los dos únicos siglos que llevaban como campesinos sedentarios en el Alto Suroeste, lo que había suscitado en los navajos y los apaches aquella pasión por los veloces y hermosos animales que los españoles habían traído al Nuevo Mundo. Sea cual fuere la razón, esas tribus se convirtieron en las primeras del norte de México que montaban a caballo. Hacia finales del siglo XVI, los navajos, en especial, asaltaban los asentamientos españoles en busca de caballos y ganado.

Monument Valley es quizá el lugar del Oeste Americano más estrechamente ligado a la iconografía popular del género western, un valle de tierra roja donde se erigen columnas de piedra de variadas formas y alturas. Pero no siempre fue así. La magia del lugar puede ocultar su verdadera naturaleza: un desierto baldío e improductivo, con veranos abrasadores, inviernos gélidos y tormentas de arena enloquecedoras. En aquellas duras condiciones vivían Harry Goulding y su esposa en la década de los treinta del pasado siglo cuando escucharon por la radio que se iba a producir una película del Oeste en Hollywood. Utilizó sus magros ahorros para viajar hasta Los Ángeles y se las arregló para que John Ford viera las fotografías que llevaba consigo. El director no se lo pensó mucho: "La Diligencia " se rodaría allí. Aquel fue el comienzo del idilio entre el legendario cineasta con Monument Valley.

Los navajos adoptaron a Ford como uno de los suyos, apodándole "Soldado Alto". Al fin y al cabo, Hollywood significaba dinero y cada rodaje se convertía en algo parecido a unas maniobras militares en las que un pequeño ejército requería transporte, comida, bebida y todo tipo de aprovisionamientos. Ford rodaría nueve de sus películas en este lugar incluso aunque la acción de alguna de ellas no transcurría en estos parajes: La Diligencia, Fort Apache, La Legión Invencible, Pasión de los Fuertes, Otoño Cheyenne, Centauros del Desierto y El Gran Combate. Goulding vio recompensada su iniciativa y se convirtió en la mano derecha de Ford en Monument Valley, abriendo un hotel cerca del actual parque y que hoy alberga un museo donde se exponen una colección heterogénea de objetos relacionados con el cine y la historia del lugar.

La fascinación del cine por Monument Valley no terminó ni mucho menos con John Ford y John Wayne. Stanley Kubrick rodó aquí planos que en servirían de relieve alienígena en su película 2001 Una Odisea del Espacio. Easy Rider, Thelma y Louise, Mision Imposible II, Regreso al Futuro III junto a innumerables anuncios y fotografías publicitarias (las campañas de Marlboro son las más conocidas) han utilizado las rocas, la luz y los colores del Valle.

Después de una temprana cena nos acercamos al cercano Centro de Visitantes del parque. Todos los puestos y comercios estaban atendidos por indios navajo y, a excepción del puñado de turistas que nos encontrábamos allí en aquel momento, no se veía ningún "hombre blanco". El Centro contaba con una tienda en la que se vendía artesanía y artículos hechos por los indios de la reserva: mantas, joyas, collares, “cazadores de sueños”, arcos y flechas, pequeñas muñecas de trapo... todas ellas llevaban un papelito con el nombre y la foto del miembro de la tribu que lo había elaborado a mano. Mientras esperamos a que llegue el jeep que nos recogerá para hacer un recorrido por el valle, aprovecho un rato para charlar con la encargada de la tienda.

- Los navajos son actualmente el grupo étnico indio más importante de Estados Unidos –me cuenta- dada su elevada tasa de natalidad, que triplica la media nacional. De los 12.000 que habitaban la reserva en 1868, se pasó a los 35.000 en 1930 y a los 100.000 en 1968. Hoy superamos los 300.000 en todo el país, de los cuales 175.000 residen en las reservas (que, todas juntas, reciben oficialmente el nombre de Navajo Nation), la mayoría de ellas en Arizona.

Cuando nuestro pueblo volvió a la reserva tras su destierro a mediados del siglo XIX, retomó su vida de cazadores y agricultores. El ganado ovino es todavía hoy importante para nuestra economía. Aquí tienes una muestra de la artesanía de nuestra tribu: las mujeres tejen mantas y tapetes de lana; los hombres son plateros y producen joyas de calidad -Iba señalando el material que se mostraba en vitrinas y expositores- Las herramientas utilizadas son el martillo, el fuelle de mano y un yunque de acero; los materiales son de la región.

En realidad ,la pericia de los navajos en joyería no es en absoluto un arte ancestral. El primer navajo que elaboró joyas de plata y turquesa fue, el parecer, Atsidi Chon, en una fecha tan relativamente cercana como 1880. Fue también hace 100 años cuando la lana sustituyó a la piel de conejo como material para las mantas, los diseños de las cuales recuerdan las pinturas sobre la roca y la arena. Aunque originalmente cumplían un papel ritual en las ceremonias de la tribu, hoy se han visto reducidas a objetos susceptibles de venta a cualquier turista con ganas de colgar algo exótico de las paredes de su salón. Los diseños de muchas de ellas reproducen pinturas en arena, de las que hay más de 800 ejemplos. Son realizadas en ocasiones ceremoniales para restaurar la armonía y el equilibrio del mundo

- Los navajos atribuyen el origen del tejido a la Mujer Araña –continuó la mujer, entusiasmada por tener a alguien que apreciara su erudición en aquella materia y no se limitara a coger un objeto y sacar la tarjeta de crédito en un solo movimiento-. Era una representación mítica de la mujer sagrada. Los navajos creíamos que esta mujer vivía en una caverna secreta en el Cañón de Chelly - otra reserva no muy lejos de Monument Valley-. Las telas de araña eran las manifestaciones de su excepcional talento en el arte de la tejeduría y su espíritu guiaba la mano de las hábiles tejedoras navajo. Su genio dependía de las leyes de la naturaleza directamente ligadas a la fuerza del sol y del trueno. Así, cuentan que la Mujer Araña tejió su primera tela sobre un impresionante bastidor forjado por relámpagos y rayos del sol.

Todo aquello era muy interesante, pero a mi me apetecía saber más acerca del presente y el futuro de los indios, más que de una cultura que parecía estar desvaneciéndose con rapidez. Pero la mujer no parecía muy interesada en compartir con un extraño sus opiniones sobre la cara menos amable de su pueblo.

Desde 1987, en Monument Valley, el amante de la naturaleza ya no puede alejarse en solitario de los caminos marcados. Nueve décimas partes de la reserva son territorio sagrado, accesible tan solo a unos cuantos pastores navajos y a sus caballos. Para aprovechar al máximo la belleza del lugar, es preciso contratar los servicios de un guía, bien sea a caballo o con un jeep. La primera opción no solamente era más cara, sino que además no casaba con mi poco aprecio por los nobles animales. Así que al final nos decantamos por las cuatro ruedas. Menos romántico quizás, pero que permite cubrir más terreno y con menos incomodidad.

A las 7.30 se presenta Billy, un indio navajo de pura cepa, alto, esbelto y con la piel curtida. La gorra de béisbol y los pantalones tejanos no sepultaban del todo ese hieratismo e introspección típicos de los indios, fuente de cierto temor o, al menos, incomodidad, al extraño. Resultó ser un tipo estupendo, campechano e incluso bromista, por lo que me pregunté si aquella actitud inicial no sería más que una pose bien ensayada.

En un momento ya nos encontramos en el interior de esa tierra de fantasía: llanuras de polvo rojo y arbustos dentro de un horizonte delimitado por las grandes formaciones rocosas que ahora, vistas de cerca, revelan su superficie irregular y erosionada.

Como muchos lugares del suroeste de EEUU, el Valle de los Monumentos es de una belleza espectacular, pero del todo inhóspito para hombres y animales. Aparte de los indios navajos, que aún pastorean allí cabras y ovejas, los signos de presencia humana son exiguos. Áridas dunas y matorrales marchitos dan abrigo a conejos y a fauna de sangre fría que necesita poca agua, como los lagartos de collar, los sapos cornudos y el crótalo de las praderas. La precipitación pluvial rara vez excede los 20 cm por año, de modo que la rala vegetación se limita a unas cuantas especies resistentes –enebro, artemisa, piñoneros y cactos- capaces de sobrevivir sin agua durante meses. Las tormentas repentinas despiertan la vida en semillas enterradas de docenas de flores silvestres. Cuando eso sucede, durante un par de días el desierto queda cubierto de una alfombra multicolor.

Los navajos abandonaron pronto el sistema de organización en bandas para agruparse en familias extensas de filiación matrilineal; la adquisición de la costumbre de que el marido pasara a residir en casa de la suegra antes del matrimonio afianzó el papel social de la mujer, que, en cuanto madre y cabeza de familia, sigue siendo el concepto primordial de la sociedad. Los hogan o viviendas navajo están relacionadas entre sí por mujeres emparentadas descendientes de la más anciana del clan. Y precisamente en uno de esos hogan nos detuvimos. En su oscuro interior, de unos ocho o diez metros de diámetro, recostada contra la pared se sentaba en un rincón una arrugadísima anciana que parecía tener más de cien años. Era la abuela del clan y, por tanto, cabeza del mismo y la que otorga a su marido el permiso para realizar ceremonias, hacer negocios, ocuparse del ganado y la agricultura. Las alianzas matrimoniales establecen el principio de la exogamia clánica, es decir, se casan fuera de su clan y pueden desposarse con una o varias de sus cuñadas.

Nos ofreció algunas de las pequeñas joyas de plata que ella misma o sus parientes elaboraban y que tenía extendidas en una esterilla dispuesta sobre el suelo de tierra prensada. Cuando vio que no estábamos interesados, no volvió a prestarnos la más mínima atención, limitándose a intercambiar algunas frases en navajo con nuestro guía. Cuando salimos le pregunté a Billy por su lenguaje, comentando lo complejo que me había parecido. Sonrió mientras me ilustraba:

- Lo suficientemente difícil como para volver locos a los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. El ejército americano utilizaba radio operadores navajos que escribían los mensajes, luego los cifraban y los transmitían. El receptor era otro navajo que descifraba el mensaje de acuerdo con una clave que cambiaba diariamente y luego lo traducía al inglés. Así que los japoneses no sólo tenían que averiguar el código de cifrado, sino traducir el mensaje en navajo. Dado que es una lengua que poca gente en la Tierra habla, no pudieron hacerlo y eso resultó fundamental para ganar la guerra.

Me resultó fascinante esa dicotomía tan evidente. Los navajos combatieron con bravura en la Segunda Guerra Mundial, dejando a muchos de ellos sobre el campo de batalla. Dieron su vida por el país que los había confinado en reservas y marginado y, a pesar de todo, se sentían orgullosos de la hazaña bélica. Billy debió notar mi confusión.

- En realidad, los navajos luchaban por su territorio, más que por la idea de nación americana. Mi abuelo luchó en el Pacífico y sufrió heridas de guerra. Mis padres siempre me hablaron en lengua navajo. Actualmente es el idioma nativo más hablado al norte de la frontera con México, con unos 100.000 hablantes, más o menos la mitad de nuestro pueblo. Se sigue utilizando mucho en las familias de manera cotidiana por lo que, a diferencia de otras tribus, hemos logrado conservarlo en el tiempo.

Más tarde averiguaría que esto sólo era una verdad a medias. Los navajos que residen en otros lugares, especialmente en áreas urbanas fuera de las reservas, están abandonando su lengua por el inglés. Incluso en las propias reservas, los censos indican que la proporción de gente joven que ya sólo habla inglés no se halla muy lejos de la mitad.

A medida que el sol va encaminándose hacia el ocaso, la luz cambia mientras conducimos por Monument Valley y aporta unos toques misteriosos al paisaje. Vamos haciendo paradas para admirar tal o cual formación de pintorescos nombres - el Dragón Durmiente, La Oreja del Viento, el Ojo del Águila o el Gran Hogan- y formas acordes con aquellos; o para trepar hasta un saliente en el que aún destacan viejos petroglifos –pinturas sobre la roca originarias de los anasazi, una tribu extinguida antes de la llegada de los españoles-.. Conforme va oscureciendo, la conducción de Billy va haciéndose cada vez más temeraria. Indiferente al relieve del terreno, desciende por cañadas, sigue lechos rocosos de ríos estacionales y avanza a toda velocidad por las pistas de arena y grava con una familiaridad y confianza que, mientras nos agarramos donde podemos para no salir despedidos por los tumbos y giros, esperamos sea fruto del conocimiento del lugar y la costumbre más que de la pura inconsciencia.

Ya de noche llegamos hasta Artist Point, un mirador desde el que se dominaba una amplísima vista sobre el valle, ahora sumido en las tinieblas. Las formaciones rocosas no eran más que informes moles más oscuras todavía que su entorno. Billy apagó al motor y nos quedamos en silencio esperando la salida de la luna. Cuando el satélite emergió de entre las nubes, bañó con una luz plateada la llanura y sus pétreos centinelas. Parecía un lugar totalmente diferente del que habíamos recorrido tan solo una hora antes.

Ya de vuelta en nuestro improvisado campamento sobre el otero, encendemos una hoguera y preparamos la cena. Billy se quedó a dormir en nuestro campamento. Vivía en un pueblo algo alejado y quería hacer el viaje de noche. Me voy a dar una ducha antes de cenar. A la vuelta, decido que no hace falta encender la linterna. La pista de tierra se distingue bastante bien a la luz de la luna y las pilas andan algo flojas. A mitad de camino, escucho un extraño sonido a poca distancia. Parece un insecto pero no estoy seguro. Sin dejar de caminar, rebusco entre mis cosas hasta dar con la linterna, la enciendo, dirijo el haz hacia el camino y doy un salto hacia atrás. He estado a punto de pisar una serpiente de cascabel que atraviesa la carretera. Ella había sentido las vibraciones de mis pisadas mucho antes de que yo me acercara y había comenzado a agitar sus cascabeles avisando del peligro que corríamos los dos: ella de ser aplastada y yo de ser mordido. Por supuesto, le cedo el paso y mientras se desliza hacia el otro lado de la pista me viene a la cabeza un pensamiento poco tranquilizador: ¿habré cerrado la cremallera de la tienda?

Billy no mueve ni una ceja cuando le cuento mi encontronazo nocturno.

- Por el día hace demasiado calor para que las serpientes de cascabel merodeen por ahí. Al caer la noche, mientras la tierra todavía conserva el calor del día, comienzan su actividad.

Después de cenar, sacamos los asientos de la furgoneta y los disponemos alrededor del fuego. Aprovechando que nuestro guía parece alguien acostumbrado a tratar con extraños y dispuesto a hablar sin tapujos, le preguntamos sobre la situación de su pueblo.

- En mi opinión, los navajos tenemos un futuro, en el mejor de los casos, bastante incierto. Somos tan sólo unos 200.000 así que no es de extrañar que no contemos demasiado para el gobierno central.

- La mujer de la tienda me dijo que sois casi 300.000 personas. Me parece un número lo suficientemente elevado como para teneros en cuenta. Y no digamos ya si sumamos a todas las tribus indias de Estados Unidos.

Billy sonrió, con sus rasgos indios resaltados todavía más a la luz de la fogata.

- En realidad, ese número es engañoso. Cada tribu establece sus propias exigencias a la hora de admitir a alguien como miembro. Normalmente el criterio se basa en la "sangre". La Nación Navajo requiere un cuarto de sangre india por persona, es decir, que al menos uno de los abuelos tuviera filiación indígena. Si es así, el individuo recibe un Certificado de Sangre India.

Pero el caso es que otras tribus requieren tan sólo 1/32 de sangre para hacerse con el certificado, lo que "convierte" en indios a mucha gente que tiene ya pocos o ningún lazo con el mundo nativo. Eso sí, no pocos de ellos deciden aspirar a integrarse en la tribu con el fin de cobrar ayudas y subsidios del Consejo Tribal o del gobierno del país. En último término, ese drenaje financiero afecta negativamente a las posibilidades económicas de nuestra cultura. El dinero bien podría invertirse en centros de salud, escuelas de aprendizaje profesional, infraestructuras... (Desafortunadamente, en 2004, algunos años después de esta conversación, el Consejo Tribal Navajo decidió flexibilizar las exigencias para entrar a formar parte de la tribu hasta 1/8 de sangre)






- ¿Y en cuanto a la economía? La mujer de la tienda me dijo que hay mucha gente que vive de la artesanía, la agricultura…

- Bueno, los navajos seguimos pastoreando a caballo los rebaños tal como hicieron nuestros antepasados cuando obtuvieron ovejas de los españoles en el siglo XVII. Poseerlas es aún señal de categoría en la tribu. Ha habido malas rachas, claro. La sobreexplotación de la tierra redujo los rebaños drásticamente en los años treinta del siglo XX, pero la crianza de ovejas es una industria que parece marchar bien. Pero no lo suficiente. Aunque muchos seguimos viviendo de la ganadería ovina y la agricultura, los tejidos de alfombras y los trabajos de plata y turquesas, lo cierto es que no generamos ni suficientes ingresos ni suficientes empleos.


El desempleo es una losa que parece difícil levantar: entre el 40 y el 45% del pueblo navajo de acuerdo con las estadísticas oficiales, aunque en algunas comunidades las cifras pueden llegar hasta el 85%. La lamentable situación no ha cambiado en un siglo, independientemente de la marcha económica de Estados Unidos. Continúan los indios cargando con la incomprensión, la pobreza y los prejuicios propios y ajenos por las casas prefabricadas y las calles polvorientas de Kayenta, Mexican Hat y otras poblaciones de los alrededores.

Han sido el desempleo, los subsidios y el consiguiente aburrimiento la fuente de conflictos sociales y desintegración de la vida tribal. Han aparecido prácticas de gangsterismo y pandillaje, la televisión ha sustituido a las veladas en las que los abuelos contaban sus historias y relatos. Una mujer navajo concibe una media de más de cuatro hijos a lo largo de su vida, una tasa de fertilidad comparable a Egipto o El Salvador.

- Puede que nuestra incapacidad para adaptarnos al mundo del hombre blanco se deba a nuestra propia cultura india. Los navajos somos un pueblo antiguo, con sólidas tradiciones que conformaban nuestra personalidad al tiempo que nos restaban flexibilidad. En poco tiempo, nos hemos visto separados de nuestro modo de vida, nuestras creencias religiosas, nuestro pasado… para ser sustituidos por lo peor de otra cultura: culebrones, drogas, alcohol, pandillas, consumismo, centros comerciales… Nuestra sociedad está desorientada. No encajamos en la estadounidense, pero al mismo tiempo ya no nos encontramos a gusto en una vida tradicional que se nos antoja vacía y falta de respuestas.

Billy sabe de lo que habla. Salió de la reserva para estudiar en Tucson con una beca. Completó la carrera de derecho, pero cuando se disponía a buscar trabajo, su padre murió y regresó a ocuparse de su madre. Sus dos hermanas se ganan la vida con trabajos poco remunerados dentro de la reserva. Tiene dos hermanos menores, pero uno se halla destinado en el extranjero dentro del cuerpo de marines y el otro tiene familia y un buen trabajo en Florida. Como hermano mayor, decidió volver a la reserva y mantener el hogar familiar. Ahora trabaja como guía y operador turístico. Su perspectiva del problema indígena, al haber vivido fuera de la reserva, es más amplia que la de muchos de sus amigos que nunca han salido de ella. Sin embargo, ni siquiera él, con su formación y experiencia, tiene una solución clara.

- La cultura del subsidio nos ha destruido. Para que los indios recuperásemos la dignidad, el Gobierno federal tendría que acabar con los subsidios. Sin embargo, esto no sería suficiente. Cuando volví de Tucson y me puse al día de la vida y el funcionamiento de la reserva me encontré con toda una red de intrigas y corruptelas. Resulta que el problema ya no es el depender o no de Washington. Window Rock, la capital de la reserva, absorbe las tres cuartas partes del dinero, ya venga éste de Washington o de los recursos que generan los negocios de la propia reserva. Se pretende trasladar las competencias de gasto a las circunscripciones locales. Pero mucha gente no lo ve bien. Cuando nos vemos en la tesitura de depender de nosotros mismos, que es lo que venimos pidiendo desde hace cien años, nos damos cuenta de que no hay gente preparada para administrar el dinero correctamente. Los que no son inexpertos son directamente incompetentes o corruptos.

Eso me recordó la conversación con Slim la noche anterior, y le mencioné el asunto de las promociones inmobiliarias y los negocios dentro de la reserva. Billy torció el gesto mientras removía las brasas con un largo palo, levantando una lluvia de chispas de la hoguera.

- El problema se extiende mucho más allá del ámbito de los navajos. Hay más de 500 grupos tribales en Estados Unidos y, por supuesto, no todos cuentan con minas de carbón u otros minerales que puedan explotar. Los apaches mescaleros del sur de Nuevo México decidieron convertir su reserva en un vertedero nuclear a cambio de fuertes sumas de dinero. ¿Es esto lo que queremos? ¿Así nos vamos a administrar? Te puedes imaginar, los mismos defensores de derechos humanos y ecologistas blancos que habían luchado para que Washington nos diera más independencia se encuentran ahora con que el resultado es un vertedero nuclear!! Si no fuera trágico tendría gracia.

En el momento de mi visita, los navajos habían votado en contra del establecimiento de casinos. Como mencioné más arriba, esa situación cambiaría años más tarde. El estar cerca de núcleos urbanos que pudieran suministrar clientela y dinero fácil, fue una tentación demasiado fuerte. Millones de dólares al año salen de las máquinas tragaperras emplazadas en deprimentes locales sin glamour alguno, sin vida social, sin siquiera mesas de juego. Tan solo filas y filas de máquinas cantarinas donde los jubilados se juegan la pensión y mujeres embarazadas su salario. En nada se parecen estos casinos, no ya a los históricos europeos, sino ni siquiera a los de Las Vegas, con su lujo un tanto hortera. ¿Es esto lo que los indios consideran su carta de libertad económica?

Nadie tiene la solución definitiva. Parece evidente que resulta iluso pretender que toda una comunidad se gane el sustento y tenga acceso a prestaciones sociales con una economía basada en agricultura a pequeña escala desarrollada con técnicas rudimentarias o la fabricación de muñecas. El aislamiento, el vivir de espaldas al girar del mundo, es imposible. Lo poco que quede de su cultura continuará erosionándose, como el propio Monument Valley, hasta que ya no quede nada más que una llanura sin relieve. El camino seguido hasta ahora por las autoridades indias, sin embargo, tampoco parece el más respetuoso con su pasado y tradición ni tampoco el que siente las mejores bases para una nueva identidad mixta en la que se den la mano el orgullo del pasado y el crecimiento económico basado en la tecnología. Nadie parece tener la solución. Y el tiempo corre.

En un par de días, había compartido fuego con una familia de cowboys y un indio navajo, había aprendido algo más de su vida allí y había recorrido algunos de los parajes míticos del Oeste Americano, uno de los iconos más poderosos y cargados de leyendas del siglo XX. Puede que muchas de esas leyendas no sean más que mitos que nunca existieron y otras, como me contaron, se estén desmoronando, pero hay algo que parece aguantar: el propio Valle de los Monumentos. La mañana siguiente nos regaló con un milagro que no por cotidiano es menos conmovedor: el alba, impregnada de una magia y un silencio, fue poniendo su mirada sobre cada uno de aquellos monolitos que, como si hubieran recibido el toque de un espíritu indio, fueron cambiando su color del cobrizo al ocre y luego al amarillo anaranjado al tiempo que los cielos iban ganando intensidad azul. Como viene sucediendo desde hace miles y miles de años y seguirá sucediendo muchos miles más, el círculo de colores se cerrará al caer la noche, pero nosotros ya nos habremos ido, continuando viaje en busca de más leyendas.

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