span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: Petra: El tesoro oculto de los nabateos (2ª parte)

viernes, 24 de abril de 2009

Petra: El tesoro oculto de los nabateos (2ª parte)


La auténtica visita a Petra se inicia por el mismo camino que recorrieron las antiguas caravanas de comerciantes para llegar hasta la ciudad: el Siq, un desfiladero de 1.200 metros de largo, 100 metros de alto y que llega a estrecharse hasta sólo 5 metros. No se trata de un cañón (es decir, una garganta excavada por el agua), sino una grieta originada por fuerzas tectónicas, lo cual se puede comprobar en varios lugares donde la forma de las rocas coincide a ambos lados. Posteriormente, las aguas del Wadi Musa penetraron en la falla moldeándola.

Al comienzo del desfiladero hay un puente que forma parte de una presa moderna construida después de que el 8 de abril de 1963 un grupo de 22 franceses se ahogara al caer una lluvia torrencial. Muchos años antes, los nabateos excavaron cisternas en las cuevas para almacenar el agua de las lluvias de invierno y, para evitar riadas, desviaron las aguas del Wadi Musa con presas. Con el fin de abastecer a los 20.000 habitantes que entonces tenía Petra, los nabateos construyeron un complejo sistema de canalizaciones talladas en la roca o confeccionadas con barro cocido cuyos restos aún se pueden ver a lo largo del Siq. Era ese abastecimiento de agua lo que permitió a la ciudad resistir los asedios que sufrió a lo largo de su historia.

Siguiendo hacia el oeste, los muros de cierran aún más y en algunos trechos casi se llegan a juntar en la parte superior, impidiendo el paso de la luz y, al parecer, también del sonido. El serpenteante camino bordeado por magníficas vetas rocosas de todos los tonos ocres, naranjas y rojizos es una filigrana natural de tal armonía cromática que se diría deliberada. En cada giro, el eco de los pasos acompaña el descubrimiento de un nuevo motivo de asombro: un estrechamiento inverosímil en la garganta, una bella hornacina de piedra roja que contrasta con el verdor de un arbolillo en mitad del camino,... Nos sentíamos tan diminutos que casi parecía una irreverencia hacer ruido y acabamos susurrando las palabras de admiración por tanta belleza.

La tradición mandaba entrar y salir de Petra a caballo, aunque afortunadamente desde hace algunos años, está prohibido cabalgar más allá de la entrada del Siq. Los más ancianos o los amantes de la comodidad todavía llegan en calesa hasta el Tesoro, al final del Siq, pero la experiencia no es la misma. Los días de galopes por el desfiladero pasaron a mejor vida y las nubes de polvo levantadas por los caballos no son más que nostalgias de viajero romántico abandonadas en aras de la seguridad de los grandes grupos de turistas que acuden al lugar.

El Siq se encuentra en constante amenaza por tres razones muy diferentes. En primer lugar, son casi mil las personas que en circunstancias turísticas normales lo visitan a diario y lo recorren al menos dos veces en cada sentido. En segundo lugar, a veces se producen en invierno inundaciones, que han causado serios daños (y víctimas mortales no hace mucho tiempo, como vimos). Por último, los nabateos construyeron sofisticados sistemas hidráulicos para que, en caso de inundaciones, las aguas se desviaran a otros wadis y no afectaran al Siq y para que también sirvieran para el riego y como depósitos de reserva. Tras siglos de abandono, erosión y terremotos, paradójicamente, estos sistemas están causando serios daños en el desfiladero y en varios monumentos porque sus bases suelen estar sumergidas en las aguas subterráneas, cargadas de sales, que ascienden por capilaridad por los muros, destruyendo la arenisca. Varios gobiernos extranjeros y alguna ONG se ocupan de hacer estudios y han comenzado la urgente restauración del sistema hidráulico nabateo. El principal benefactor es el Gobierno suizo, país en el que existe un apego sentimental por Petra debido a la figura de su descubridor.




La verdadera sorpresa espera al visitante justo a la salida del embrujador Siq, donde se alza una joya rosa insertada en la roca viva de Petra, un monumento magnífico, resplandeciente e inesperado, como el agua en el desierto. Es el símbolo de Petra, el Kazneh al Faroun o Tesoro del Faraón. Bañado por un oscuro brillo rojizo, su pasmosa fachada cortada en la piedra es una visión inolvidable. Sus estatuas, nichos y columnas de estilo griego están relativamente protegidos del viento, la lluvia y las tormentas de arena por el voladizo de la roca, por lo que parecen recién esculpidos. Su estructura perfecta y sus dimensiones exageradas se nos antojan imponentes. Excavado enteramente en la roca rosácea, el Khazneh, con sus grandes columnas corintias y una decoración elaborada, se convierte en una visión inolvidable para todo viajero.

En buena medida, Petra es una ciudad ganada a la roca más que construida. Puesto que a través del estrecho pasadizo de entrada era difícil transportar piedras y materiales de construcción, sus habitantes se sirvieron de los roquedales que abundaban en el extenso recinto que se abría al final del cañón, y no edificaron su ciudad al estilo clásico, sino que la crearon esculpiendo, trabajando hábilmente con el cincel las paredes de las escarpadas colinas y haciendo aparecer fachadas incomparables, templos sepulcrales, casas, pórticos, calles y conducciones de agua.

El templo de El Kazneh presenta una clara influencia grecorromana, pero con una original disposición en dos plantas. La planta baja con un frontón triangular sobre columnas lisas y capiteles profusamente decorados, y la alta de tres cuerpos, los dos extremos rematados por frontones abarrocados y partidos como si rompieran la unidad de un inexistente frente único superior y, en el centro, como elemento principal de la fachada, un pequeño templete convexamente curvado con una cúpula circular y de complicada cornisa. Gracias a esta estructura y a la abundante ornamentación de los detalles escultóricos y a pesar de su innegable parentesco clásico, tiene un estilo propio conectado con las culturas orientales cercanas.





Al templo o tumba –parece que los historiadores no se han puesto aún de acuerdo en este punto- se le llamó el Tesoro, porque la incultura popular sostenía que en lo alto del templo se encontraba una urna en la que se guardaba el tesoro de un faraón (quizá Ramses III, dueño de minas en Petra). Tal vez por eso, o quizás fuera tan sólo para divertirse, los beduinos de esta zona se entretenían en disparar sus fusiles contra la piedra. Todavía puede verse el impacto de viejas balas en la roca. La construcción del Khazneh data del siglo I d.C. y no posee igual en el mundo, aunque se trata tan sólo del primero de los muchos secretos que esconde Petra.

Desde el Tesoro lo más sensato es dirigirse lentamente hacia el desfiladero que se abre a la derecha. Admirando las paredes de mil colores, descubriremos secretos e inscripciones antiguas, como un grabado con la imagen de la diosa egipcia Isis, prueba de la influencia de ese reino sobre los nabateos.

Caminando hacia el centro de la ciudad, justo antes del Teatro, encontramos una sorprendente cantidad de tumbas construidas en un estilo que recuerda al arte asirio. Conocida popularmente como Calle de las Fachadas, las sepulturas son similares a los cientos de tumbas que hay alrededor de Petra, pero éstas son, ciertamente, las más accesibles. Con todo, es fácil pasarlas por alto cuando se nos aparece ante la vista el espléndido Teatro, el único del mundo construido en piedra de color rosa.


Construido probablemente por los nabateos en el siglo I a.C., el teatro (con un aforo original de 3.000 espectadores) fue excavado en la roca, seccionando en ese proceso muchas cuevas y tumbas. Este lugar fue reformado y ampliada su capacidad hasta 7.000 espectadores por los romanos, poco después de su llegada en el año 106 d.C. El teatro sufrió importantes daños durante un terremoto ocurrido en el año 363 d.C. y algunas de sus partes fueron reutilizadas para construir otros edificios de Petra.


Nos dirigimos después hacia la zona de las tumbas reales, situadas en la ladera del monte Jebel al-Khubtha. Varias de ellas poseen fachadas de una gran belleza, con decoraciones a base de elaboradas tallas de columnas, frisos y volutas. Los interiores, en cambio, son sobrios y desnudos... aparentemente. Efectivamente, las cámaras sepulcrales no tienen ornamentos, pero la naturaleza se ha encargado de suplir esa carencia. Las filtraciones han hecho que la piedra de arenisca se tiña de diferentes colores (rojo, amarillo, blanco, azul) según la naturaleza de los elementos que contenía el agua (hierro, arsénico, cal, sal o cobre). La sensación visual que transmiten esos lisos muros es similar al de la seda tornasolada. Pero la magia de colores se traslada al exterior: el reflejo de los rayos de sol sobre las fachadas de los monumentos hace que éstos disfruten a lo largo del día de un variado abanico de tonalidades,colores y contrastes: rosado con veteados de tonos amarillos y malvas, anaranjados y ocres...

Los edificios privados, viviendas, tiendas y estructuras civiles han aguantado mucho peor el ataque del tiempo y el clima del desierto. Sus restos nos dicen que se trataba de construcciones mucho más sencillas que las tumbas, lo cual plantea una curiosa paradoja: ¿cómo conjugaba la sociedad nabatea el espíritu mundano, práctico y vitalista que les llevó a controlar el comercio caravanero de la región, con una preocupación tan profunda por la muerte que les llevó a invertir todo su talento y esfuerzo artístico en llenar su ciudad de magníficas tumbas? Su obsesión por la muerte y la vida tras ella, centró gran parte de sus intereses artísticos en la excavación de mausoleos en la roca arenisca, volcando sobre ellos influencias diversas de las civilizaciones con las que entraron en contacto, desde Egipto hasta Babilonia. Los historiadores creen que estos monumentos de formas híbridas eran además el reflejo de su bienestar económico. Era a través de estas obras espléndidas como este pueblo nómada hacía ostentación de su riqueza, conquistada mediante el comercio de los preciados productos chinos e indios y de las especias del reino de Saba.

Los enterramientos se llevaban a cabo en fosas o nichos excavados en las paredes. Según una tradición funeraria oriental, cerca de estas tumbas se colocaban o esculpían en la roca monumentos en forma de torre, pirámide u obelisco que simbolizaban el alma del difunto, nefesh en semítico. La selección del tipo de tumba y la mayor o menor riqueza en la decoración están ligadas a la clase social y cultura de los clientes y a sus exigencias personales, además, claro está, de la disponibilidad financiera.

Resulta imposible abarcar en una sola visita todos los monumentos funerarios de Petra: Tumba de la Seda, Tumba Corintia, Tumba Palacio, Tumba del Renacimiento, Tumba del Soldado Romano, sugerentes nombres que remiten a alguna característica específica de cada una de ellas... Nos centramos sólo en un puñado, de entre las que destaca la Tumba de Urna, accesible por unas escaleras que salvan el desnivel hasta la entrada del sepulcro. En la plataforma superior nos encontramos con un turista de edad avanzada que ha sufrido un desvanecimiento y esta siendo atendido por dos de sus compañeros de viaje. Es un recordatorio de que el sol puede ser muy peligroso aquí y que conviene tomar precauciones.

La tumba está construida sobre una terraza abierta sobre una doble capa de bóvedas, construidas probablemente hacia el año 70 d.C. para guardar los restos del rey Málicos II. La sala interior es enorme, de unos 350 metros cuadrados, y los dibujos ejecutados en la roca por la acción del agua sobre la roca constituyen un delirio maravilloso que ningún pintor habría podido reproducir. Resulta difícil imaginarse cómo se pudieron tallar con tanta precisión los lisos muros, sus agudas esquinas y las tres pequeñas cámaras de su parte superior. Una inscripción en griego en el muro trasero indica que el edificio fue utilizado como iglesia durante el siglo V, en época bizantina. Su diseño era tal que, como pudimos comprobar, el sonido salía de la cámara hacia el exterior tremendamente amplificado y podía oírse claramente desde la zona en la que en tiempos se asentaba la ciudad. Con toda seguridad, la impresión de escuchar las profundas voces de un grupo de monjes entonar himnos religiosos en la época bizantina de Petra, despertaba el temor de Dios entre los entonces ya escasos habitantes de Petra.

La ciudad propiamente dicha se extendía en el centro de la planicie rodeada de verticales cerros de arenisca y tenía el aspecto típico de población árabe de casas de una planta, con ventanas pequeñas y techo plano. En el siglo XIX, dado que lo único que quedaba en pie en un estado razonablemente bueno de conservación eran las imponentes tumbas, los arqueólogos pensaron erróneamente que Petra era una necrópolis. Hoy se estima que la ciudad llegó a tener al menos 20.000 habitantes.

Es cierto, sin embargo, que no siempre existió una ciudad en el sentido estricto de la palabra. Por los informes de Diodoro de Sicilia, un historiador del siglo I a.C., sabemos que Petra estaba habitada por un antiguo pueblo nómada que tenía prohibido sembrar trigo, plantar frutales, beber vino y construir edificios. De hecho, hasta el día de hoy no se han encontrado rastros de viviendas primitivas. Los nabateos vivían en tiendas instaladas por toda la zona y ofrecían sus humildes jaimas a los integrantes de las caravanas para que descansasen. Fue con la conquista romana cuando comenzaron a edificarse edificios públicos, viviendas, calles y templos.

Ya en tiempos de los romanos, Petra se había convertido en un sofisticado oasis para las caravanas que llegaban hasta aquí tras semanas atravesando las inhóspitas llanuras desérticas. Los viajeros contaban con casas de baños y un mercado en el que intercambiar mercancías e información e incluso un teatro para llenar su ocio con cultura. La ciudad estaba organizada al estilo romano, con su centro en la avenida del cardo máximo, una calle con una calzada pavimentada de seis metros de ancho bordeada por dos amplias aceras precedidas por dos peldaños de arenisca. Por encima de ellas se alzaban pórticos columnados en los cuales se hallaban las tiendas y las puertas de entrada a los principales edificios públicos.

La vía se iniciaba con un ninfeo o fuente pública, hoy en bastante mal estado de conservación. En la antigüedad, el recorrido del espacio profano al sagrado jugaba un papel muy importante y el acceso a los santuarios asumía frecuentemente formas monumentales. Así, el cardo máximo acababa en la puerta de Temenos, que a su vez daba acceso a un recinto sagrado, el Qasr el Bint o “palacio de la hija del faraón”, de finales del siglo I. a.de C. Este es un enorme templo nabateo de planta cuadrada dedicado a los dioses Dushara y Al-Uzza, una divinidad femenina asociada al agua que protegía al pueblo, pero que, según la misma leyenda que situaba un tesoro en el templo Khazneh, había sido construido para esconder a la hija de un rico faraón.

Es la hora del almuerzo y en Petra no hay más que dos opciones:un restaurante desproporcionadamente caro para el nivel económico del país y una cooperativa beduina que ofrece un sencillo pero variado buffet. Nos decidimos por esta última porque estamos seguros de que nuestro dinero acabará en las manos correctas y porque supone un apoyo para un pueblo que trata de abrirse camino en una cultura que no es la suya. Sus tradiciones y modo de vida se han convertido en buena medida en algo del pasado.

Los Bedu (nombre que significa "nómada") son la tribu que habitaba tradicionalmente esta región. Aunque llevan viviendo aquí varios siglos, no son en absoluto descendientes de los nabateos. Hoy su número suma varios cientos de miles de personas y en su mayoría, de grado o por la fuerza, han abandonado sus cuevas y su existencia itinerante para acabar viviendo en poblaciones estables. Ello les permite tener acceso a comodidades y adelantos tecnológicos (como la omnipresente televisión) y dedicarse a cultivar sus tierras o ejercer un oficio en lugar de vagabundear por el desierto. El turismo, por supuesto, supone una actividad fundamental para ganarse la vida y durante su visita, el turista se verá asediado por ancianas y niñas que venden abalorios y falsas piezas de cerámica nabatea. Otros han montado cafés o puestos de souvenirs o bien alquilan burros, camellos o caballos.

Aun existen auténticos beduinos y el visitante extranjero, desde la carretera, podrá verlos aquí y allá en las resecas planicies del este y el sur del país. Suelen vivir en un conjunto de tiendas negras de pelo de cabra con algún rebaño de ovejas o cabras que nunca andan muy lejos. Acampan durante unos meses en cada lugar para apacentar a sus animales y constituyen un dolor de cabeza para los gobiernos de la zona, que desean mantener a todos sus ciudadanos bajo control. Se estima que su número ronda los cuarenta o cincuenta mil individuos y por el momento rechazan los servicios sociales y educativos que el gobierno les ofrece.

Las tiendas se dividen en dos partes: el haram, para las mujeres, y otro espacio para los hombres. Esta última sección es la zona pública de la tienda, donde se sirve el té o el café a los invitados y se discuten los asuntos del día. Las familias beduinas se caracterizan por su gran unidad. Las mujeres (que no cubren sus rostros con velos y que a menudo exhiben tatuajes faciales) soportan la carga de los trabajos domésticos mientras que los hombres eran tradicionalmente los que se ocupaban del rebaño y defendían a la tribu. El establecimiento de las naciones-estado y el trazado de las correspondientes fronteras apagó las luchas entre clanes y privó al hombre de su ocupación de guerrero. El que hoy muchos sigan llevando la daga al cinto como signo de nobleza y dignidad no es más que una reliquia de tiempos pasados, un deseo de no olvidar una cultura que se desintegra rápidamente.

Otra consecuencia de esa desintegración es el progresivo abandono de ese antiguo código del desierto que obligaba a los beduinos a acoger y ayudar desinteresadamente a cualquier visitante que llegara a la puerta de sus tiendas, ofrecerle comida, bebida y alojamiento. Ese "hoy por ti mañana por mí" era una forma de supervivencia en un medio tan hostil como el desierto en el que sus habitantes nómadas podían encontrarse en dificultades en cualquier momento. Aunque es cierto que tuvimos la oportunidad de disfrutar de esa hospitalidad en otros lugares de Oriente Próximo, no fue en las cercanías de ningún centro turístico. La aparición de un turismo de masas impersonal, poco respetuoso con las costumbres locales y con dinero para gastar, ha ido erosionando un legado cultural que no parece tener razón de ser en ese nuevo mundo.



Tras el almuerzo, el sol invernal comienza a apaciguarse y aprovechamos para
iniciar la subida al Monasterio, uno de los monumentos más espectaculares de Petra. Hay burros que suben cargados con orondas alemanas y ancianas inglesas vestidas como para tomar el té de las cinco. No quisiera estar en la piel de los pobres pollinos. Jóvenes beduinos alquilan estos animales para subir al Monasterio, aunque nosotros preferimos hacer el camino a pie. El aire es puro, la atmósfera es agradable y el paisaje no tiene igual. Ascendemos entre desfiladeros y vamos sorteando los más de 800 escalones hasta llegar al Triclinium del León. Desde aquí aún queda un buen trecho hasta llegar a la cumbre. Mientras disfrutamos de un respiro contemplando el conjunto de piedras de extrañas y tortuosas formas, pasan junto a nosotros un grupo de norteamericanos seguidos de cerca por un miembro de la policía turística. Parece que no se han enterado de que Jordania es un país seguro. Quizá tengan razones para sentir miedo. Tanto como otro grupo con el que nos cruzamos, esta vez de israelíes con ostentosas placas identificativas en las que puede leerse claramente la palabra Israel, incluso uno de ellos lleva una kipá en la cabeza y una enorme estrella de David bordada en el pecho. Algunos sionistas reivindican Petra como parte de su controvertido Estado, puesto que por aquí está enterrado el profeta Aarón.

De formas parecidas al Tesoro, el Monasterio (llamado Al-Deir, en árabe) es mucho mayor (sus 50 metros de anchura y 45 de altura convierten a su fachada en la más grande de Petra) e igualmente imponente. Construido en el siglo III a.C., los historiadores piensan que fue un templo dedicado al rey nabateo Obodas I, quien alcanzó el grado de divinidad. Como otros templos y tumbas de Petra, originalmente sus fachadas estuvieron cubiertas de yeserías que simulaban mármol, causando un efecto que debía deslumbrar a los visitantes. Las cruces talladas en sus muros interiores indican por otra parte que el Monasterio fue utilizado como lugar de refugio de eremitas en los primeros tiempos de la Petra cristiana y probablemente como iglesia en época bizantina y que su nombre actual proviene precisamente de la existencia de esos símbolos cristianos.

Unos minutos de ascensión más por las rocas llevan hasta unas impresionantes vistas del pueblo de Wadi Mousa, al sureste; Wadi Araba, que se extiende desde el mar Muerto hasta Aqaba, al oeste; y la cumbre del Jebel Haroun, rematada por un pequeño templo blanco, se localiza al sur. Desde esta atalaya se comprende que la ciudad no surgió en este lugar por casualidad. Es una geografía difícil, laberíntica, a base de riscos, precipicios, estrechos desfiladeros, profundas gargantas y pequeños valles aislados. Desde aquí, con las águilas deslizándose entre las corrientes de aire cálido que ascienden desde el cortado que se abre a nuestros pies y con sólo el sonido del viento como compañía, tomamos conciencia de la inexpugnabilidad de Petra. Paradójicamente, su aislamiento fue también la razón de su prosperidad.
A medida que recorremos de vuelta el mismo camino hacia el Siq, el sol va completando su recorrido diurno y proyectando unos rayos cada vez más oblicuos hasta ocultarse por completo tras las montañas. La ciudad muda totalmente su aspecto. El color naranja brilla intensamente durante un momento antes de ir deslizándose sucesivamente hacia el carmesí, melocotón, rosado, gris y café conforme la luz decae. El Tesoro ya no parece el mismo lugar que admiramos al entrar. Los turistas han abandonado el lugar y ahora el valle parece más oculto y olvidado que nunca. El eco de las voces es más sonoro y el aire más limpio. Ojalá ese momento, ese lugar, esa precisa hora del día, pudiese prolongarse durante mucho más tiempo que el que disponemos.


Hemos quedado tan fascinados por la ciudad que no resistimos la tentación de regresar por la noche. “Petra by Night” es un espectáculo nocturno que a primera vista no parecería más que un caro montaje para los turistas horteras. Sin embargo, la experiencia resulta mucho mejor de lo esperado. Aunque el grupo de visitantes es numeroso, nos rezagamos a propósito en el Siq y durante un buen rato, disfrutamos del lugar en soledad. Han dispuesto pequeñas velas a intervalos regulares en todo el recorrido del desfiladero y ahora el mágico lugar vuelve a transformarse. Los recovecos, esculturas y retorcidas paredes parecen cobrar nueva vida a la trémula luz de las candelas.

La salida al Tesoro nos asombra, pues no han recurrido a la potente luminotecnia multicolor y los enormes altavoces estéreo que apabullan a los turistas en “espectáculos de luz y sonido” en otros puntos del planeta. Aquí, por el contrario, alguien se ha molestado en cubrir de silenciosas velas toda la explanada y escalinata que preceden al Khazneh. En cuanto al sonido, una sencilla flauta tocada por un beduino en el interior de la tumba resuena con un eco inesperado por toda la zona. Mientras nos sentábamos en el suelo y disfrutábamos del silencio y la solemnidad que el lugar desprendía, los beduinos nos sirvieron te verde y un venerable anciano nos contó algunos aspectos de la vida y las tradiciones beduinas. Lo mejor, sin embargo, era la posibilidad de disfrutar de Petra –aunque solo del Khazneh- en un ambiente totalmente distinto. La serenidad y magia que invadían el lugar eran absolutos. Pedí permiso al anciano beduino para quedarnos durante un rato una vez la masa de visitantes emprendió el regreso por Siq y así pudimos contemplar cómo la luz de la luna iba poco a poco recorriendo la fachada del magnífico edificio esculpido en la roca, revelando una fachada que ya no era anaranjada o rosácea, sino plateada.

Abandonamos la ciudad siguiendo el mismo desfiladero por el que nos adentramos en aquel sueño tallado en piedra con la vana esperanza de que el galope tendido que escuchamos a lo lejos sea el del caballo de Indiana Jones perdiéndose en el desierto. Petra había sido una sorpresa para los ojos y el espíritu, pero lo que quedará indeleblemente grabado en nuestra memoria será el estrecho desfiladero y la grieta luminosa a través de la cual se entrevé la pared rosada del gran templo del Tesoro, la encarnación pétrea de la aventura.

1 comentario:

Antonio Ruiz dijo...

Felicidades por tu blog, me alegra saber que cada vez somos más la gente que comparte ilusiones viajeras y sus experiencias con el ánimo de ayudar a quienes deseen hacer un viaje parecido de futuro.

Te dejo la url de mi blog de naturaleza y viajes por si le quieres echar un vistazo.

Saludos,

Antonio Ruiz
http://naturalezayviajes.blogspot.com