span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: Parque Nacional Kruger - El Paraíso Domesticado (2)

domingo, 15 de noviembre de 2009

Parque Nacional Kruger - El Paraíso Domesticado (2)


Al día siguiente, la diana fue a las cinco de la mañana. El tiempo justo de tomar un café rápido y unas galletas a la luz de los faros del vehículo antes de salir de safari con las primeras y tímidas luces del amanecer. El parque Kruger atrae a casi un millón de visitantes todos los años. Dispone de una extensa -y discreta- red de carreteras con más de 2.600 km, algunas asfaltadas, pero la mayoría pistas de grava, que unen entre sí 21 campamentos y 18 reservas privadas, gran número de balsas, puntos de observación y zonas de picnic. El Kruger se ha calificado como “el hotel más grande de Sudáfrica” y se ha comparado con un zoo idílico, pero ambos símiles son inapropiados. En momentos muy concretos puede albergar hasta 5.000 personas, pero la infraestructura pensada para esta gran presencia humana representa menos del 3% de la superficie del parque (unos 20.000 km2). El resto es terreno salvaje y aunque la primera impresión puede resultar algo decepcionante al toparse con carreteras asfaltadas y tener la sensación de encontrarse en un safari park, cuando se comienza a pisar caminos de tierra y ver las acacias, las flores de diversos colores y formas y la inmensidad del cielo azul, desaparece esa primera impresión.


El alba aclara con rapidez el cielo y la bruma de la mañana se desvanece mientras el sol calienta la tierra. A lo largo de las siguientes cinco horas salen a nuestro paso elefantes, ñús, facoceros, antílopes de diferentes tipos, jirafas, cebras, babuinos… Habituados a los turistas, los animales dejan aproximarse a los visitantes sin inquietarse demasiado. Por eso es fundamental recordar las reglas de seguridad y no bajar nunca de los vehículos. En cualquier momento nos podemos encontrar con alguno de los animales que, en un número abundante, viven en el parque: 27.000 búfalos, 350 licaones, 350 rinocerontes negros, 18.000 cebras, 200 guepardos, 5.100 jirafas, 3.000 hipopótamos, 1.500 leones, 1.000 leopardos, 11.600 elefantes, 2.000 hienas … Y es que bajo el amparo de la reserva y su política de constante selección y traslado, el enorme crecimiento de las poblaciones de fauna autóctona desbordó todo pronóstico y su número se hizo insostenible. El territorio se saturó. Para solucionar el problema, a partir del año 2001 se trasladaron grandes cantidades a los países vecinos, sobre todo al Parque Nacional Limpopo de Mozambique, esquilmado durante la guerra.

Seguimos a los buitres hasta unos espesos matorrales junto a la pista. Las siniestras aves aguardaban pacientemente su turno posadas en las desnudas ramas de los árboles circundantes. El penetrante olor que llegaba hasta nosotros y la mirada de los carroñeros nos indicó la existencia de un elefante que había tenido la deferencia –hacia los turistas, claro- de morir junto al camino. Una hiena solitaria repartía su tiempo entre ahuyentar a los pajarracos y arrancar trozos de carne del inmenso animal.

La hiena manchada es uno de los depredadores más eficientes del mundo animal. Aunque durante mucho tiempo se creyó que no era más que un carroñero, lo cierto es que no se alimenta de carroña más que el león. De hecho, es un cazador temible, capaz de perseguir a una presa a velocidades de hasta 60 km/h durante 3 km o más. Lejos de ser un cobarde, es un animal fiero y aguanta el tipo incluso frente a los leones si éstos se atreven a interferir su comida. Mucho del éxito de estos depredadores se basa en su adaptabilidad, su dieta variada y su comportamiento oportunista: cazan solos o en grupo, comen carroña o cazan, roban la comida y evitan que otros se las roben a ellos. Sus poderosas mandíbulas les permiten romper los huesos y comer el nutritivo tuétano. Son capaces de nadar y atravesar ríos siguiendo a sus presas…

Un leve movimiento de color entre los arbustos atrajo nuestros prismáticos hacia un nuevo convidado al que le bastó su presencia para alejar a la hiena y los buitres. Se trataba de un leopardo y uno hambriento si tenemos en cuenta lo reacios que son a dejarse ver “en público”. De hecho, se aposentó hábilmente detrás del elefante para comer a gusto y escondido a las ávidas miradas de los ya abundantes turistas que desde sus automóviles, como los propios buitres, acudían a recrearse en el espectáculo.





A menudo descrito como el más hermoso de los grandes felinos de África, el leopardo es capaz de adaptarse a una gran variedad de hábitats. Su piel dorada punteada de rosetas negras, le proporciona un efectivo camuflaje y esto, unido al sigilo del animal, le convierte en uno de los más difíciles de ver. A no ser que se trate de una hembra con sus crías, los leopardos viven solos. Sus hábitats preferidos son las áreas forestales, ya que le proporcionan la necesaria cobertura a la hora de acechar y caer sobre sus presas. Éstas consisten principalmente en antílopes y gacelas de tamaño medio o pequeño así como otras criaturas nunca demasiado grandes. El leopardo acecha a su presa con infinita paciencia, acercándose lo máximo posible y saltando sobre ella para morder su cuello y asfixiarla. Algunas veces sube el cuerpo a un árbol para evitar que los carroñeros le birlen su comida, si bien también se le puede encontrar cómodamente aposentado en las ramas de una acacia disfrutando de la sombra.

A las ocho de la mañana el sol cae a plomo sobre el lowveld y los animales optan por guarecerse bajo una sombra y esperar a que lo peor del día pase. A mediodía estamos de vuelta en el camping para un almuerzo reconfortante y un rato de descanso hasta que el calor descendió a niveles menos agobiantes, momento en el que salimos a la búsqueda de más animales.

Hubo un tiempo en el que los elefantes tenían las trompas muy cortas. Uno de ellos, joven e inexperto, no quiso escuchar el consejo de los ancianos, quienes le habían dicho que evitara las pantanosas aguas del río Limpopo, porque el cocodrilo moraba allí. ¿Qué clase de ser sería ese cocodrilo? se preguntaba el joven elefante. Movido por la curiosidad, fue hasta la orilla del río. No parecía haber nada particularmente peligroso allí. El agua estaba tan turbia que no podía ver nada bajo la superficie, así que sumergió la cabeza… y entonces fue cuando empezaron los problemas. El cocodrilo mordió la nariz del elefante pero éste reaccionó rápidamente y consiguió evitar ser arrastrado al agua. Trató desesperadamente de liberarse y trompeteó con fuerza pero nadie le oyó. El cocodrilo tiraba y tiraba y el elefantito hincó sus patas en la tierra y se dispuso a entablar un duro combate. De repente, el cocodrilo soltó su presa y se alejó. El joven elefante se dio cuenta de que su nariz había quedado ridículamente alargada por la tensión y no se atrevía a volver con el resto de sus congéneres. ¿Qué podría contarles? Desde aquel día el elefante tiene una larga nariz, es una criatura sabia y con buena memoria y nunca pierde de vista a sus crías.

Esta es sólo una de las muchas historias, llenas de encanto y magia, que se cuentan sobre África. Sin embargo, las aguas del Limpopo no son pantanosas y sí que fluyen, demarcando la frontera entre la República Sudafricana y Mozambique, delimitando también uno de los extremos del parque nacional más antiguo de África y uno de los más grandes.

El territorio es básicamente una sabana rica en árboles y frondosos arbustos, un paisaje conocido como “lowveld” o “bushweld”. Es una llanura amplia con algunas colinas de escasa altura y punteado aquí y allá por una especie de islas rocosas llamadas koppies que se alzan sobre el mar de hierba y se caracterizan por contar con una flora y fauna singulares, diferentes a las existentes en la sabana y aisladas de la misma. En términos de riqueza animal y vegetal en relación a su tamaño, hay pocos lugares en el mundo que puedan compararse a Kruger. Alberga en sus dieciséis ecosistemas más fauna que cualquier otra reserva del continente: 147 especies de mamíferos, 492 de aves, 118 de reptiles, 404 de árboles, 1.500 de plantas….

Se podría decir que este paraíso natural no requeriría de cuidados por parte del hombre, pero esto no es así. Antes de que el hombre llegara aquí, los incendios naturales regulaban el entorno. En la actualidad, cada año, varias zonas del parque son deliberadamente quemadas para recrear los ciclos regulares de la vegetación. De esta manera se intenta preservar la excepcional biodiversidad del parque.

Esta salida vespertina fue algo menos exitosa que la de la mañana, destacando, eso sí, un grupo de magníficos elefantes. El elefante, cuyo número en el parque asciende a 8.000 ejemplares, está muy repartido y suele encontrarse en grupos de unos 30 individuos. En ocasiones están suficientemente acostumbrados a la presencia del hombre como para que los vehículos se acerquen a escasos metros de distancia. Sin embargo, conviene mantenerse siempre alertas, moverse con cuidado y estar lo más callado e inmóvil que se pueda. Un elefante que se vuelva con la trompa levantada y batiendo las orejas es que se siente inseguro, momento en el que es recomendable poner tierra de por medio.

A pesar del tamaño (un macho adulto pesa más de cinco toneladas), estos enormes animales pueden correr a una velocidad sorprendente; eso sí, resultan muy pesados para saltar y los pequeños obstáculos los detienen en seguida. Son asimismo buenos nadadores y, en ocasiones andan por el fondo de un lago o un río empleando la trompa como tubo para respirar. Una característica muy humana de los elefantes es la preocupación por sus congéneres: las crías sin madre siempre son adoptadas y se tolera a los ejemplares heridos y enfermos que incluso reciben ayuda activa por parte del grupo.

Los cinco grandes constituyen las especies más destacadas, las más buscadas y fotografiadas por los turistas, pero sólo representan una pequeña parte de la fauna que habita en el parque Kruger. Se encuentran también los herbívoros, entre los que destaca la majestuosa jirafa, la cebra de Burchell, el ñu azul, el antílope ruano, el kudu, el eland y el cobo acuático. Una imagen muy familiar es el impala, tan común que se convierte en un rasgo característico del paisaje. Esta especie de antílope, de tamaño medio, aspecto delicado y mirada dulce, merece, sin embargo, más que la sola mirada: si se le molesta, empezará a correr por el veld dando saltos de unos 3 m de altura. Y también están los cocodrilos, hipopótamos, babuinos, aves rapaces, loros…

El día terminó con un sabroso filete con puré de patata y natillas con plátano frito, una ducha refrescante y un reparador sueño en una noche templada por la brisa y algo de lluvia. Para nosotros había sido una visita apasionante, una experiencia inolvidable. Pero no mucho más lejos, oculto a nuestros ojos se desarrolla un drama que no por cotidiano es menos terrible. La prosperidad de Sudáfrica atrae a millones de inmigrantes ilegales que tratan de entrar en el país por las fronteras con Mozambique y Zimbabwe. Y los endurecidos policías locales no son la peor amenaza que han de enfrentar.

En determinadas zonas, entre ellos los 350 kilómetros que el Kruger tiene de frontera con Mozambique, pasos habituales de ilegales, los grandes carnívoros se han acostumbrado a cazar al animal más lento y más débil de todos. Los dos mil leones del parque acechan las caravanas de inmigrantes, que para ellos son una reserva rica en proteínas y con la que no tienen que esforzarse mucho. De hecho, casi no se puede llamar ni cazar. Es una manera horrible de morir y las autoridades no sólo ocultan las cifras de la tragedia -si es que las hay- sino que niegan los hechos. Esas muertes, devorados por leones, no casan con la imagen de nación moderna que el gobierno sudafricano se esfuerza por proyectar. Y mientras, tanto, los turistas permanecen ajenos a lo que sucede cada amanecer y cada ocaso no muy lejos de los lujosos lodges en los que disfrutan de todas las comodidades.

El Parque Nacional Kruger es una de las joyas que Sudáfrica exhibe orgullosa. Sus gestores han conseguido mantener a raya a los furtivos, incrementar las poblaciones de animales, convencer a los antiguos cazadores y terratenientes para que abandonasen sus antiguas actividades -incompatibles con la preservación de la naturaleza- y se reconvirtieran en reservas de lujo donde atienden a turistas de todo el mundo. El parque se vigila, controla, monitoriza y censa, recogiendo multitud de datos que sirven para aprender más sobre la fauna y la flora africanas.

Pero no todo el mundo está de acuerdo. En el otro extremo, los grupos conservacionistas más radicales acusan al Kruger de ser sólo un gran zoológico y de estar manejado de acuerdo a los intereses de un público ansioso por contemplar, sobre todas las cosas, a los Cinco Grandes. Dicen que el parque no ofrece una naturaleza salvaje, que es un paraíso domado, una especie de gran parque temático para deleite de turistas adinerados.


Y es que no resulta fácil lograr un equilibrio entre la conservación y las demandas turísticas en un lugar que recibe anualmente más de un millón de visitantes. El diseño de una política turística responsable y sostenible parece ser la única alternativa a la desaparición de un entorno natural asediado por la explosión demográfica y la industrialización.

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