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viernes, 26 de febrero de 2010

Mar Muerto: Espejismos de sal


Las masas de agua que nuestro planeta almacena en el interior de los continentes, ya sean lagos o mares interiores, independientemente de su tamaño, tienen su origen en un accidente geográfico, normalmente una depresión o una falla, que obstaculiza la corriente de uno o más ríos, almacenando el agua en un lugar estable. Todos estamos familiarizados con estas concentraciones de agua, aunque sólo sean pequeños lagos de montaña alimentados por ríos provenientes del deshielo. Nuestra experiencia, sin embargo, se suele reducir a lagos de agua dulce, por la sencilla razón de que son los más habituales.

Pero en algunos lugares de la Tierra nos encontramos con el fenómeno mucho menos frecuente de los lagos salados. El agua pura no existe, siempre lleva minerales en disolución, capturados mediante disolución del terreno, las rocas e incluso, en el caso de la lluvia, del polvo en suspensión. Mientras fluye, el agua arrastra esos minerales consigo. Al llegar al mar, toda esa masa transportada por los ríos se acumula, aumentando su concentración hasta el 4% (el agua dulce suele tener un 1% de minerales en disolución). Esa es la razón por la que el agua de mar es salada, ya que la mayor parte de todos esos minerales la forma el cloruro sódico o sal común.

Pues bien, para que un lago se convierta en una masa de agua salada han de darse una serie de circunstancias especiales. En primer lugar, como hemos dicho, la existencia de una barrera geográfica que propicie el remansamiento del agua. En segundo lugar, temperaturas cálidas que favorezcan un alto grado de evaporación. Y, por último, la ausencia de bocas de salida, propiciando un estancamiento que, a su vez, aumenta la evaporación de líquido y, por consiguiente, el nivel de salinidad.

El mar Muerto -que, pese a su nombre, en realidad es un lago- reúne todas esas características. Está asentado en el conocido como Gran Valle del Rift, la falla sirio-africana, una fisura geológica que se extiende desde Turquía hasta Malawi. Este lago de origen endorreico, de 76 km de largo por unos 16 km en su parte más ancha, rodeado por el desierto y las resecas colinas de Judea y alimentado por el río Jordán, marca el punto más bajo de la superficie continental de nuestro planeta: 400 metros bajo el nivel del mar. La temperatura media anual es de 31ºC, pero en verano el termómetro puede subir sin dificultad hasta los 45ºC. La evaporación es, pues, brutal. Y su riqueza mineral también. La concentración de magnesio, sodio, potasio, bromo, cloruro de calcio y hasta 26 clases de minerales alcanza concentraciones seis veces superiores a las del océano.

Con semejante grado de mineralización, la vida es imposible más allá de algunas bacterias y microorganismos. No hay nada que pescar y el desértico entorno, con un calor asfixiante, es tan hostil como las aguas colmadas de sal. Sin embargo, el hombre ha encontrado también aquí un modo de aprovechamiento económico explotando salinas desde la antigüedad. En la Biblia se lo menciona como "Mar de Sal" o "Mar del Desierto". Fue en sus cercanías donde se ubicaban las ciudades de Zoar, Zebouin y las nefastas Sodoma y Gomorra. También aquí dice la tradición que fue donde la mujer de Lot quedó convertida en sal al mirar atrás movida por la curiosidad mientras las ciudades eran destruidas por el furibundo Dios del Antigüo Testamento. No es de extrañar que esa historia de mujeres transformadas en estatuas de sal tuviera su origen aquí, donde la sal cristaliza con facilidad en las orillas del lago, esculpiendo formas caprichosas rodeadas de un velo de bruma y donde la refracción de la luz crea espejismos que engañan al ojo y la mente humanos.

El peso de la Historia en el mar Muerto es mayor de lo que uno podría pensar contemplando el árido entorno. No sólo forma parte de la relativamente reciente frontera entre Jordania e Israel, sino que en su entorno, en unas cuevas situadas en un lugar llamado Qmran, un joven pastorcillo encontró en 1947 los llamados Manuscritos del mar Muerto: seiscientos rollos escritos en hebreo y arameo que revelaron la existencia de un hasta entonces desconocido centro perteneciente a la secta de los esenios, judíos que vivían en pleno desierto, alejados de las ciudades. Aquel descubrimiento arqueológico, uno de los más importantes del siglo XX, inició una polémica sobre la posibilidad de que Jesucristo hubiera estado de alguna manera relacionado con aquel movimiento.

Por nuestra parte, y ajenos a tan trascendentales hechos, recorremos los 55 kilómetros que distan de Ammán para conocer y disfrutar no solo de los paisajes, sino de una experiencia poco corriente por no decir única: permanecer en un medio líquido sin hundirse. Es una sensación extraña. Entramos en las densas aguas y, sin éxito alguno, intentamos nadar. Es imposible. La gran concentración salina convierte al mar Muerto en un lugar ideal para los malos nadadores. Todos los visitantes se hacen fotos haciendo el muerto, leyendo el periódico o tratando de desplazarse torpemente mientras flotan como un corcho viviente. Es además chocante pensar que bajo nuestros pies no hay nada vivo, ni animal ni vegetal. Aunque la explicación no tarda en llegar cuando el agua, a pesar de las advertencias recibidas, te entra en los ojos por culpa de un imprudente chapoteo. Nada puedes hacer más que esperar, pues el agua que te rodea no sirve para lavarlos y extraer la densa concentración salina que escuece como ácido. Sólo las lágrimas que inevitablemente acaban aflorando consiguen devolver poco a poco la visión.

En cuanto salimos del agua, nos lanzamos hacia el cercano hotel de Hammamat Ma´in, donde aprovechamos la lujosa instalación de duchas y surtidores de agua dulce -y caliente, porque la fría no sirve para arrancarse las sustancias pegajosas y la sal adheridas al cuerpo tras el baño-. La piscina del hotel nos proporciona el contraste con las cercanas y viscosas aguas del mar Muerto: aguas dulces en las que zambullirse y nadar, una bienvenida y familiar sensación.

Jordania e Israel están sacando provecho económico de las propiedades curativas de los lodos y componentes del mar Muerto. Sus virtudes terapéuticas se conocen desde hace muchos siglos y está considerado como el mayor y más antiguo balneario de salud natural del mundo. No en vano otro de los nombres de este lugar es lago Asfaltites, a causa del bitumen o asfalto que se mezcla con el barro de sus orillas, tiñéndolas de color negro. Mucha gente con problemas de huesos o piel acude buscando alivio a los balnearios y complejos hoteleros que han surgido junto a las fuentes termales y manantiales de agua dulce que brotan por los alrededores. Pero no solamente las aguas son beneficiosas: existe un microclima propiciado por la rápida y masiva evaporación de millones de litros al día, que además de cargar el aire de oxígeno, contribuye a crear una neblina continua que ahoga el sonido ambiental y filtra los rayos ultravioleta, por lo que es posible tomar el sol y broncearse sin achicharrar la piel.

La mayor parte de los huéspedes de estos complejos balnearios -los jordanos, no los israelíes- son, paradójicamente, árabes del Golfo Pérsico que gastan generosamente sus petrodólares escapando de sus sofocantes emiratos para venir a estas instalaciones donde la temperatura exterior es de 36ºC, no hay más sombra que la de los hoteles, las playas están cubiertas de sal y asfalto y el agua fluye de los surtidores a 60ºC. El nivel económico de estos huéspedes ha hecho subir los precios del turismo en Jordania, un país que descubrió la nueva gallina de huevos de oro hace poco más de una década. Gracias sobre todo a Petra, el turismo balneario del mar Muerto y su estabilidad política, su papel de imán vacacional ha ido en constante aumento.

Pero, al menos en lo que al mar Muerto se refiere, el turismo corre peligro. Y la culpa es la sed. Dos terceras partes del reino hachemita son desierto y el país aprovecha al máximo el agua del Jordán antes de que llegue al gran lago, desviándola para regar los cultivos. Israel, por su parte, también se bebe las aguas del río, a cuyo caudal acaban llegando fertilizantes y pesticidas que, en último término, se vierten en el mar Muerto.

Las consecuencias de todo ello hace tiempo que se dejan notar. Desde hace años, el nivel del mar Muerto ha venido descendiendo 500 cm anuales. Su extensión se está reduciendo y actualmente tiene 400 km menos que hace sesenta años. Las escasas precipitaciones y la fuerte evaporación, sin tener en cuenta ningún otro factor, hacen que el equilibrio ecológico de la zona sea muy delicado y los gobiernos, al tiempo que estudian preocupados los efectos de sus acciones -o ausencia de ellas- , no se deciden a tomar otro tipo de medidas que permitan salvaguardar el lugar a largo plazo. Lo mejor que se les ha ocurrido es construir un canal del mar Rojo al mar Muerto para elevar el nivel de este último y aprovechar la diferencia de altura para construir centrales hidroeléctricas. Como suele suceder, nadie sabe las secuelas de semejantes proyectos. Hubiera sido más fácil cuidar al enfermo en lugar de tener que resucitarlo.

¿Durante cuánto tiempo conseguirá sobrevivir el mar Muerto? Algunos expertos creen que el lago puede llegar a secarse completamente en cincuenta años. La perspectiva de que dentro de cien años, el mar Muerto no sea más que un recuerdo tan evocador como sus difuntas compañeras, Sodoma y Gomorra, es cada vez más real.

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