span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: Bryce Canyon: un lugar infernal para perder una vaca

miércoles, 21 de abril de 2010

Bryce Canyon: un lugar infernal para perder una vaca


“Hay profundas cavernas y barrancos que se asemejan a ruinas de una prisión, castillos con almenas y muros fortificados, iglesias con sus campanarios y capiteles, nichos y huecos que ofrecen el escenario más salvaje y asombroso que el ojo del hombre haya contemplado jamás. Es, de hecho, una de las maravillas del mundo”. Esta es la vívida descripción que el topógrafo del gobierno T.C.Bailey escribió en 1877 sobre el llamado “anfiteatro” de Bryce Canyon. En aquellos años el cañón y la zona circundante suscitaron gran curiosidad y varias expediciones llegaron hasta aquí para fotografiar y cartografiar la zona, localizada al suroeste del Estado de Utah, a 410 km al sur de Salt Lake City.

Los grabados rupestres de la zona nos hablan de la presencia de antiguos pueblos en estas mesetas y cañones, pero los primeros pobladores de los que se sabe algo con certeza fueron los indios paiute, una rama de la tribu shoshone, que habitaban la región desde hacía unos mil años antes de que llegara el hombre blanco. Tuvieron tiempo de imaginar fantásticas leyendas que explicaran el inusual paisaje que les rodeaba, como aquella que narra cómo las columnas del anfiteatro fueron en realidad hombres condenados y convertidos en piedra para toda la eternidad por la ira del Gran Coyote.

Alrededor de 1776 comenzaron a llegar los primeros europeos, soldados y misioneros españoles, señalando el final del dominio nativo. Los indios no escaparon al triste destino de convertirse en una minoría confinada en reservas. Pero los primeros blancos que vinieron hasta aquí con intención de establecerse de forma permanente fueron los mormones. El escocés Ebenezer Bryce y su mujer Mary fueron enviados por su iglesia a la región para establecer una granja en el Paria Valley y construir un sistema de irrigación que facilitara la labor agrícola y ganadera. Fue un intento infructuoso. Aquel lugar de extrañas formaciones rocosas, a 2.700 m de altitud, tenía un clima extremo, con largas sequías, veranos abrasadores, inviernos gélidos y aluviones que se llevaban por delante los caminos y canalizaciones que los esforzados pioneros mormones trataban de mantener abiertos. Cuando finalmente se marchó a Arizona, Ebenezer Bryce, además de dar su nombre al cañón, dejó atrás una definición memorable del sitio: “Un lugar infernal para perder una vaca”.


La intervención del hombre blanco en estas tierras estaba destinada a alterar para siempre un entorno que había permanecido virgen hasta ese momento: deforestación indiscriminada y ganado pastando sin control aceleraron el proceso de desintegración de las formaciones rocosas. No fue hasta los años veinte del siglo XX cuando se puso en marcha un programa serio de conservación. La zona fue proclamada Monumento Nacional y la línea de ferrocarril de Union Pacific la incluyó en un circuito turístico que recorría las principales atracciones del Sudoeste. El 25 de febrero de 1928 se dobló la superficie protegida y se declaró Parque Nacional. Una ampliación en 1942 amplió el área hasta los 145.000 km2

Hoy, Bryce Canyon recibe cada año más de un millón y medio de visitantes de todo el mundo y ni uno solo queda decepcionado por su espectacular paisaje. Las infraestructuras están perfectamente acondicionadas para un turismo no agresivo; además de la carretera de 29 km que recorre los trece miradores sobre los riscos, el visitante dispone de una red de sendas que conforman diez itinerarios de diferente duración.



Desde una de esas atalayas, en todas direcciones, el horizonte aparece dominado por las mesetas de Markagunt, Sevier y Aquarius, con una altitud media de 2.500 metros. Al este, el tranquilo perfil es interrumpido por el Anfiteatro, un ejemplo extraordinario de erosión creado por el río Paria, proceso que todavía no se ha detenido. Al sur podemos ver la Gran Escalera, una serie de colosales terrazas rocosas de diferentes colores que comienzan en Pink Cliff y descienden hacia los Gray, White y Vermilio Cliffs.

La historia geológica del parque es similar a la de otros parques del Sudoeste americano. La región de Bryce Canyon, originalmente un mar, se transformó con los milenios en una línea costera, una meseta y el lecho de un lago. Hoy, su topografía es el resultado de la fuerza erosiva del hielo, el agua y el viento a lo largo de millones de años. Moviéndose a lo largo de las fallas naturales de la roca, la desintegración y erosión llevó inicialmente a la formación de largas paredes paralelas de 30 kilómetros que se fracturaron en una apretada concentración de miles de riscos, agujas, pináculos y columnas, algunos de los cuales son tan altos y esbeltos que dan la impresión de estar a punto de venirse abajo.

En las paredes existen ventanas naturales conocidas como “agujeros de cielo” y a través de los cuales, el intenso azul del cielo dibuja un agudo contraste con el rojo de las rocas; frágiles puentes naturales enmarcan arcos inmensos; los pilares rocosos de extravagantes formas picudas son conocidos como “hoodoos”, “formaciones que hechizan”, un nombre que no podía haber sido mejor elegido.

Estos monumentos geológicos, que parecen una filigrana tintada de color, adquieren gran variedad de matices dependiendo no sólo de su composición mineral, sino de la época del año o la luz del día. Las rocas sedimentarias, con óxido de hierro y manganeso, dan nombre a los Acantilados Rosa (Pink Cliffs), en cuyo interior se esconden fósiles marinos y de dinosaurios; el tramo siguiente hacia el norte adquiere un color lechoso que da nombre a los Acantilados Blancos, compuestos por arena solidificada del Jurásico; los Acantilados Grises son de perfil menos arisco y toman su nombre de los estratos sedimentarios de origen carbonífero.

Como un gigantesco arrecife sin mar, el anfiteatro de Bryce Canyon es uno de los escenarios naturales más formidables del planeta, un laberinto de columnas, arcos y caprichosas esculturas a los que la imaginación y la perspectiva humanas han bautizado con nombres como El Papa, Reina Victoria, El Puente de la Torre, la Muralla China, el Templo de Osiris, Gran Escalera… Lo que para el bueno de Ebenezer Bryce fue un lugar poco hospitalario y agotador, para el visitante actual es una maravilla natural cuyas formas y colores desprenden una magia única, incluso en una región tan rica en fenómenos espectaculares como es el sudoeste norteamericano.

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