span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: enero 2011

sábado, 29 de enero de 2011

Parque Nacional Chobe - Santuario de los elefantes (1)


En el paso fronterizo de Kazungula entre Zambia y Botswana se acumulaban los vehículos, principalmente camiones cargados de grano sudafricano con destino al Congo, avejentados por las carreteras, los kilómetros, el tiempo y la falta de recambios. Estaban aparcados en el arcén, parecían llevar allí días y días y no se apreciaba el menor signo de movimiento. Los chóferes deambulaban por los alrededores o conversaban con sus colegas relajadamente, esperando un turno de paso que nunca parecía llegar, despreocupados (tampoco podían tomárselo de otra manera) del efecto que sobre sus mercancías pudiera tener el intenso calor. Los únicos vehículos que circulaban con cierta fluidez eran las furgonetas cargadas de turistas que iban y venían entre Botswana y Zambia para disfrutar, bien de las cataratas Victoria aquí, bien del Parque Nacional de Chobe allí. Un grupo de peones se sentaba a pleno sol alrededor de un corto tramo de camino cuyo empedrado se suponía que estaban sustituyendo, aunque la impresión era que aquello llevaba años haciéndose y, al enérgico ritmo que desplegaban los obreros, todavía tardaría varias décadas más en completarse. Mujeres y niños cargados de cestas esperaban cobijados bajo la misericordiosa sombra de los árboles que bordeaban el camino y la valla.

La frontera en sí no era más que una caseta de anodina construcción y una alambrada. Traspasarla suponía cambiar de país. Una estrecha franja de apenas treinta metros de largo separaba la valla del río Chobe. El sentido común hubiera dictado que la corriente fluvial marcara la línea fronteriza, pero esto es África. Botswana había conseguido poner un pie –aunque de talla minúscula- en la orilla opuesta, creándose más problemas que ventajas. Porque aunque podíamos decir que estábamos ya en Botswana, el Chobe nos aislaba de facto del resto del país. Para salvar este accidente geográfico, un oxidado y antediluviano ferry cubría un chirriante y breve recorrido entre ambas orillas tosiendo sus chimeneas un negro y aceitoso humo. El cruce en ferry ya no es tan emocionante como solía. Hubo un tiempo en el que, para dar impulso a la embarcación y hacerla arrancar, un pesado camión tenía que entrar en él a toda velocidad y pisar los frenos justo en el momento adecuado para empujar con su inercia a la embarcación lejos de la orilla.

Por fin en Botswana, un país cuya superficie de 600.370 km2 sólo alberga a dos millones de habitantes (España, con 504.000 km2 acoge a 44 millones de habitantes) y cuya población, a diferencia de lo que ocurre en muchos otros lugares del continente, es étnicamente homogénea (el 98% de sus habitantes pertenece a la tribu Tswana).

Seis kilómetros y pocos minutos después de cruzar el río Chobe llegamos al Thebe River Safaris,
camping que nos alojaría durante las siguientes dos noches. Instalado junto al río, el suelo era arenoso y polvoriento. Abundaba la maleza y el matorral frondoso y adaptado a climas secos. Las instalaciones se reducían a un rústico bar y unas duchas comunitarias sin puerta (tan sólo una cadena cruzada indicaba que había alguien usando el servicio). Pequeños monos se deslizaban en las horas más tranquilas del día por entre las ramas con la esperanza de encontrar algo comestible olvidado por los descuidados turistas. Lo mismo que los babuinos al amanecer y multitud de aves exóticas y ardillas que no perdían ocasión de hacerse rápida y audazmente con las migajas que caían alrededor de los campistas.

No era, en cualquier caso, lo que aquí llaman un “rough camp” en referencia a las frecuentes invasiones de los animales. En la cercana zona de Savuti, a no demasiados kilómetros, durante la sequía de principios de los noventa, un grupo de elefantes sedientos entraron en uno de los campings para saciar su sed en el pequeño edificio de los baños. Uno se puede imaginar lo que sucede cuando un elefante intenta meterse en un retrete para manipular la cadena y beber. Aquello quedó en ruinas y ahora construyen a la vez baños a prueba de elefantes y bebederos para los animales. En estos lugares conviene ser cuidadoso con los alimentos y evitar llevar fruta y, especialmente, naranjas, el equivalente elefantino de las chocolatinas. Los paquidermos tienen un extraordinario olfato y una vez detectan el olor de un cítrico, no hay quien los pare. Las hienas a menudo deambulan por estos campings llevándose, en competencia con los babuinos y chacales, todo aquello que el campista descuidado no ha dejado a buen recaudo.

Montamos las tiendas y nos dirigimos a Kasane, la principal población del área del parque,
aunque no dejaba de ser un pueblo nacido a lo largo de la polvorienta carretera, castigado por el sol y con pocos alicientes. Conseguimos algo de moneda local (llamada pula) en una oficina del Barclays Bank y provisiones en una tienda cercana. En general, en los centros urbanos de cierto tamaño de África meridional, existen buenos establecimientos pertenecientes a grandes cadenas de supermercados donde se pueden adquirir todo tipo de comestibles, frescos, congelados y en conserva. Pero en Kasane no parecía haber nada parecido. El tenducho en el que recalamos apiñaba en unas sucias estanterías todo tipo de cajas, paquetes y conservas. La peor parte era la siniestra vitrina de la carne, en la que unos trozos de animal desconocido, colocados aleatoriamente, rezumaban un líquido oscuro que se acumulaba en las esquinas. La ausencia de refrigeración y la cálida temperatura ambiente contribuían a extraer de aquella carroña un penetrante olor capaz de atraer tan sólo a las moscas.

Ya de vuelta en el camping, subimos a bordo de una gran barcaza cubierta que nos llevaría a dar un paseo por el río Chobe, fuente de vida del parque. El Parque Nacional de Chobe está considerado como una de las mejores reservas del continente, por detrás de la región del Serengeti y Masai Mara. Se trata de una extensa zona agreste, rica en fauna y situada en el extremo norte de Botswana. Su interior alberga el sueño de un ecoturista: sus áreas ribereñas y sus llanuras de inundación reflejan los esplendores de las grandes zonas pantanosas del Okavango; al sur se hallan llanuras cubiertas de praderas que se extienden hasta el horizonte, tupidos bosques de mopane y las llanuras de la zona semidesértica del Kalahari animada, en ocasiones, por una charca natural. Incluso en la inmensidad de la depresión de Mababe existe el cauce de un lago lleno de fósiles.

Todos estos paisajes y, en especial, las zonas del norte, ricas en recursos hídricos, crean una maravillosa diversidad de hábitats en los que viven numerosos ejemplares de elefantes, búfalos y antílopes, especies por los que Chobe es muy conocido. También cabe destacar a los depredadores: el león y el leopardo, el guepardo, el licaón y la hiena.

Sentados en la cubierta de la barcaza podíamos contemplar cómo se abría el río Chobe ante
nosotros. A cierta distancia, lo que parecía ser un grupo de vacas, pastaba tranquilamente. A medida que nos acercamos la escena se fue transformando hasta convertirse en una imagen directamente sacada de los tiempos previos a la Edad de Hielo: enormes paquidermos se alimentaban, sin preocuparse de lo que les rodeaba, deambulando lentamente entre grandes extensiones de frondoso pasto.

La barcaza remontaba lentamente el río mientras otras lanchas, más pequeñas y rápidas, nos adelantaban a la búsqueda de un contacto más cercano con la vida animal del que se podía disfrutar desde nuestra embarcación, demasiado grande para acercarse a los animales. No fue particularmente emocionante, pero tuvimos la oportunidad de ver hipopótamos, búfalos, elefantes y los siempre aburridos cocodrilos dormitando en las orillas. Martines pescadores, cormoranes, águilas y garzas completaban una escena de naturaleza en perfecto equilibrio. Aquel paseo de tres horas fue una toma de contacto con los paisajes y la vida natural del continente. No pudimos aproximarnos demasiado a los animales –aquello no era un zoo ni un safari park- y eso supuso una pequeña decepción, pero, al día siguiente, nos resarcimos con creces.

No dejamos de ver la isla de Sedudu, un islote plano y cubierto de alta y verde hierba en mitad del río, con una bandera plantada en medio. Se trata de uno de esos pedazos de tierra repartidos por el planeta que han levantado agrias discusiones y disputas por estúpidos motivos fronterizos. En los antiguos mapas alemanes, la isla se situaba dentro de las fronteras de Namibia mientras que en los ingleses figuraba en Bechuanalandia. Durante la ocupación sudafricana de Namibia, el conflicto se agravó y se pidió un arbitraje internacional para solucionar el problema. Al final, se determinó que el canal más profundo del río pasaba al norte de la isla, dejando a Sedudu dentro de Botswana. Los namibios no se dieron por vencidos. Continuaron llamando al pedazo de tierra Kasikile y dijeron que el asunto permanecía en el limbo legal. En las campañas políticas previas a la independencia namibia, se realizaron llamamientos emocionales para la recuperación de ese “territorio robado”, e incluso en la actualidad el asunto resurge cada vez que un político quiere unir al país para una causa determinada. Tan vivo está el conflicto, que en febrero de 1996 ambos países firmaron un acuerdo para llevar sus respectivas reivindicaciones a la Corte Internacional, iniciativa que supone un gasto de varios millones de dólares.

Este paisaje acuático es una excepción en Botswana. En este país, la palabra más importante, una palabra que encierra un significado muy profundo para sus gentes, es “pula”, lluvia. Sirve también como una forma de saludo, de expresión de buenos deseos para el futuro. Y, además, es el nombre de la moneda nacional. Pero todos estos son usos secundarios que enfatizan y rinden tributo al papel de la lluvia en esta árida porción del continente africano.

En Botswana, el agua es el más precioso de los recursos. La mayoría de sus habitantes dependen, de una u otra forma, de la tierra para su supervivencia y, aquélla, demasiado a menudo, es seca y poco agradecida. Las lluvias son esporádicas, la sequía es la norma más que la excepción y grandes superficies del territorio carecen de cualquier tipo de humedad superficial. Las únicas corrientes permanentes son el Okavango, los tributarios del Shashe y el Limpopo y el Chobe, todas ellas en la región norteña del país, dejando al resto de la nación sin agua. Resulta curioso que, precisamente, esas escasas corrientes de agua sean las que han atraído en masa al turismo, haciendo del país uno de los principales destinos para los interesados en viajar al continente africano.

El río Chobe separa de una manera harto peculiar Botswana de Namibia. Y digo peculiar porque las fronteras naturales serían las de Angola y Zambia, pero los namibios consiguieron hacerse con un estrechísimo fragmento de tierra al norte de Botswana, de tan solo 700 m de ancho, ¿Qué interés tenía Namibia en alargar con semejante pseudópodo sus fronteras? Muy sencillo, atrapar una parte del Okavango antes de que este río (situado al oeste del Chobe), deje Angola para penetrar en Botswana. Y es que el Okavango es una fuente muy preciada de un recurso escaso. De acuerdo con las leyes internacionales, Namibia tiene todos los derechos sobre la porción de agua que discurre sobre su territorio y, en noviembre de 1997, tras una prolongada sequía en el país, el gobierno namibio propuso la construcción de un trasvase de 1.250 km desde el río Okavango hasta la capital, Windhoek. En un principio, al proyecto se le dio la calificación de “emergencia” y se fijó como fecha tope para su terminación el año siguiente, 1998. Pero la llegada de precipitaciones y el consiguiente alivio del problema hicieron que el plan se fuera retrasando.

Un descenso en el caudal del río Okavango afectaría a toda la hidrología del delta interior que forma antes de perderse en el Kalahari. Botswana, temerosa de que desaparezca todo un entorno natural, ha instado al gobierno namibio a que contemple otras posibilidades, como la desalinización o el uso de los ríos Kunene o Zambeze, pero lo cierto es que ambas opciones son financieramente inviables. El apartado medioambiental en el Okavango no es motivo menor. Los
registros indican que el río viene transportando menos agua desde principios de los años ochenta y que en los últimos cincuenta años el caudal ha descendido casi un 20%. Los oponentes al trasvase opinan que se privaría al río de agua precisamente en las épocas en las que más lo necesita, durante las sequías, y que en unos cuantos años el desarrollo de Namibia, su incremento de población y el crecimiento de la base industrial serán insostenibles. Los defensores del proyecto argumentan que el trasvase tendría poco efecto sobre la vida salvaje, puesto que ésta ya está acostumbrada a las intensas variaciones en el caudal que se producen cíclicamente de forma natural. En todo caso, un asunto todavía sin cerrar y con perspectivas nada esperanzadoras.

Por la noche nos reunimos en el camping alrededor de las brasas de una pequeña hoguera sobre la que intentamos hacer lo imposible con un pedazo de carne local. Estaba dura como suela de zapato y a duras penas conseguíamos masticar y tragar los pedazos de buey, vaca, antílope o lo que demonios fuera aquello. Hubiera sido mejor traer la carne desde Zimbabwe, pero las leyes de Botswana eran muy estrictas en lo que se refería a la entrada de alimentos en el país. En la frontera, los policías nos habían hecho bajar del camión y caminar sobre unas pringosas toallas empapadas con algún producto químico exterminador de parásitos. El propio camión debió atravesar un estanque del mismo líquido, de tono oscuro y amenazador, para eliminar de las ruedas posibles pasajeros microscópicos indeseables provenientes de países vecinos y que pudieran provocar una epidemia de fiebre aftosa entre el ganado local.

Y es que la industria ganadera bovina constituye una de las fuentes de riqueza del país y existe un gran temor a la entrada de epidemias. No hace mucho tiempo, la dolencia conocida como enfermedad del pulmón o pleuroneumonía causó serias pérdidas en el sector. En 1939, la administración de Bechuanalandia erradicó la enfermedad, pero volvió a resurgir en 1995, reintroducida a través de las fronteras con Namibia. El gobierno reaccionó intentando contener la enfermedad mediante la construcción de cuatro vallas veterinarias en la esquina noroccidental del país, pero la medida no tuvo éxito y las autoridades acabaron sacrificando 320.000 cabezas de ganado para eliminar la epidemia. Un par de días después atravesaría en compañía de un neocelandés uno de esos cordones veterinarios y aprendería de su boca más sobre el particular.

Después de cenar nos acercamos al pequeño bar del camping, atestado a esas horas de fornidos y
rubicundos afrikaners pegados a latas de cerveza como si de ello dependiera su vida. Parece ser que el gobierno de Botswana, escaso en ciudadanos con conocimientos agrícolas y/o iniciativa empresarial, animaba a los sudafricanos a emigrar y establecerse en el país, vendiéndoles tierras y proporcionándoles todo tipo de facilidades. Así, un número no pequeño de familias descendientes de los ásperos boers tomaban posiciones en la nación vecina, convirtiéndose en un factor influyente y próspero. Sin embargo, aunque el gobierno de Gaborone les recibía con los brazos abiertos, no parecía ocurrir lo mismo con la población nativa. Los afrikaners no se mezclan con los tswana, quienes por un lado les echan en cara a sus vecinos blancos su actitud altiva y despreciativa y, por otro, no pueden dejar de envidiar su nivel de vida y los lujos de los que viven rodeados. Una situación sin duda difícil.

En la vecina Zimbabwe una casilla de partida semejante, avivadas las pasiones primigenias por un político sin escrúpulos, Robert Mugabe, acabó desembocando en ataques de extremistas negros contra las granjas de los blancos (que, al fin y al cabo, eran tan nativos del país y tan africanos como los otros). El propio camping en el que nos encontrábamos estaba dirigido por sudafricanos y todas las noches recibían la visita de sus compatriotas, propietarios de las granjas cercanas, que se acercaban a tomar unas cervezas en su ruidoso estilo en compañía de otros expatriados.
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martes, 18 de enero de 2011

¿QUÉ HACER SI TE MUERDE UNA SERPIENTE?


Estás haciendo senderismo por el campo, el sol brilla, los pájaros cantan... te sientes en comunión con la Naturaleza. Entonces, sucede lo impensable: pisas un tronco atravesado en el camino, asoma la cabeza de una serpiente y te muerde en la pantorrilla. A través del pánico que invade tu mente, resuena una máxima que aprendiste en los Scouts: si te muerde una serpiente, succiona el veneno. Agobiado, le dices con urgencia a tu amigo que empiece a succionar de la picadura, pero él contesta: "Ni hablar, así moriremos los dos".

¿Tiene razón? ¿O es sólo un cobarde al que tachar de tu lista de amigos?

La respuesta: lo más probable es que tu amigo no se muera por tragar veneno, pero si tuviera una heridita en su boca, la toxina podría llegar a su corriente sanguínea y eso sí sería muy peligroso. Y, además, su boca -como cualquier boca humana- está repleta de gérmenes que podrían causar una infección en la herida. Así que, sea como sea, succionar el veneno no es la mejor solución.

Para comprender qué hacer -y qué no- en el caso de sufrir una mordedura de serpiente, es necesario comprender cómo afecta el veneno al cuerpo. Éste se introduce en nosotros no a través de las vías respiratorias o digestivas, sino penetrando en el sistema circulatorio. Técnicamente, si succionamos el veneno directamente de la mordedura y no tenemos heridas en la boca, no nos veremos afectados, pero eso no significa que debamos hacerlo. Aunque durante mucho tiempo se consideró una solución viable, los expertos ahora aconsejan no practicarlo. ¿A qué se debe este cambio?

Antes de comentar los tratamientos contra mordedura de serpiente, es importante resaltar que las posibilidades de sufrir un ataque de este tipo son muy bajas. De las alrededor de 2.000 especies de ofidios existentes, solamente unas 200 pican son mortales e incluso las venenosas no siempre le inyectan a uno el veneno letal. Es lo que se conoce como “mordedura seca”. Dado que el veneno es una sustancia que al animal le cuesta producir, si lo utiliza en la defensa se quedará sin poder matar a una presa, lo que puede acabar en muerte por inanición. Así que en muchas ocasiones, las serpientes venenosas muerden, pero no inyectan toxina –aunque, claro, eso no lo sabemos en el momento de sufrir el ataque-. En todo el mundo se registran cada año entre 1 y 2 millones de mordeduras de serpiente, de los cuales terminan en muerte entre 50.000 y 100.000. Teniendo en cuenta que nos referimos a todo el planeta Tierra, deberíamos tener más miedo a contraer la gripe.

La prevención, claro está, es el mejor remedio. Si sabemos que estamos en un lugar donde hay bastantes serpientes, debemos emitir el mayor ruido posible para que los ofidios nos “sientan” aproximarnos y no se sorprendan, dándoles tiempo a alejarse. Las serpientes no se enfrentarán a nosotros a menos que no se asusten o se vean acorraladas. Saben bien que llevan las de perder.

Es conveniente llevar pantalones largos y botas de media caña y reforzar el calzado fino con
capas de tela. Enrolle las mismas en torno a los tobillos, aunque no con demasiada fuerza. (en Dunk Island, Australia, calzado sólo con sandalias, pisé una serpiente atravesada en el camino, aunque conseguí reaccionar enseguida -básicamente di un gran salto a un lado- y el encuentro no tuvo consecuencias pero desde ese momento ya no anduve confiado por el lugar). Explore el terreno con un palo o bastón mantenido delante de sí cuando vaya a pisar por arbustos espesos, maderos, piedras algo sueltas o recovecos oscuros… Las serpientes son criaturas de vida nocturna (en los desiertos de Uzbekistán y Arizona tuve varios encuentros nocturnos con ofidios), así es que llévese una linterna y un palo grueso para caminar por la noche.

No duerma sobre el suelo y, si lo hace en tienda de campaña, ciérrela siempre cuando se marche y no deje los sacos de dormir abiertos (recuerdo haber visto una mamba negra colgando de una rama sobre una tienda en Botswana; una amiga se llevó un susto de muerte cuando por la noche se metió en el saco de dormir y notó que algo se movía en su interior: una serpiente que había encontrado un confortable y cálido refugio en su saco; por fortuna, la confusión de chica y serpiente fue tal que la primera pudo salir ilesa del saco y la tienda, con los pelos de punta, eso sí). Vigile dónde coloca sus manos desnudas. No hace falta decir que coger o acosar serpientes, incluso aunque creamos que no son venenosas, no es una buena idea.

Ahora bien, ¿y si a pesar de todas las precauciones, nos muerde una serpiente?

¿Cómo podemos distinguir una serpiente venenosa de una que no lo es? Muchos expertos recomiendan fijarse en los ojos de la serpiente: las no venenosas tienen pupilas redondas, mientras que las venenosas las tienen ovaladas, como los gatos. Algunas víboras tienen un pequeño agujero entre los ojos y las aberturas nasales. El problema es que para determinar estos detalles has de agacharte y examinar de cerca al animalito, lo que no parece muy inteligente. Lo mejor y más seguro, claro está, sería familiarizarse con las características de las serpientes de la zona y memorizar sus pautas de color o marcas. Por ejemplo, la serpiente de coral se parece mucho a otras especies excepto que sus bandas de color rojo, negro y amarillo están colocadas en un orden diferente.

Si te muerde una serpiente, permanece atento a la aparición de los síntomas. Éstos pueden variar según la especie y el tamaño del animal. La mordedura suele ser dolorosa -aunque no siempre- y aparece enrojecimiento e hinchazón en 20 o 30 minutos. Otros síntomas incluyen escalofríos, fiebre, debilidad, náuseas, visión borrosa o dificultades respiratorias. A medida que pasa el tiempo -normalmente horas- va apareciendo debilidad muscular, dificultad para tragar, salivación abundante e incremento en los problemas para respirar. Siempre, en cualquier caso, con o sin síntomas, con o sin dolor, hay que buscar ayuda médica para determinar si la serpiente era venenosa.

¿Cuánto tarda el veneno en matarte? No hay una respuesta fácil. Depende de muchas variables: cuánto veneno haya pasado a tu cuerpo, si entras en shock, el estado del sistema inmunológico, la rapidez con la que se trate, el lugar en el que se haya sufrido la mordedura... la mayor parte de las mordeduras se reciben en los pies, tobillos, pantorrillas o piernas, en cuyo caso, incluso tratándose de las serpientes más venenosas, se dispone de varias horas para buscar ayuda médica.

Hasta hace unos pocos años, la recomendación de primeros auxilios en el caso de mordedura de
serpiente era la de hacer un torniquete por encima -no sobre- la mordedura, cortar la herida, succionar el veneno y escupirlo. El razonamiento de esto era que de esta manera se podía extraer la mayor parte de la toxina antes de que se extendiera por el sistema circulatorio. Sin embargo, un estudio publicado en el New England Journal of Medicine en 2002, desautorizaba este método. El veneno entra en la corriente sanguínea muy rápido y tratar de succionarlo es inútil. Lo mejor que se puede hacer es permanecer tranquilo, mantener la mordedura a un nivel inferior al del corazón, no correr ni realizar esfuerzos, nada que incremente el pulso y, por tanto, contribuya a extender el veneno.

Muchos botiquines de primeros auxilios o kits para mordedura de serpiente contienen todavía algún tipo de ventosa con la que se puede succionar más fuerte de lo que ninguna boca humana pueda hacer y además no se necesita rajar la mordedura (lo que incrementa el riesgo de infección). En algunos países, la Cruz Roja aconseja la utilización de este ingenio succionador, pero sólo si la víctima no recibe ayuda médica durante 30 minutos. En contra de esto, los Anales de Medicina de Emergencia norteamericanos informaron de que esta especie de ventosas no sacan ni pizca de veneno, solo fluidos y sangre.

Por otro lado, hacer un torniquete puede dañar los nervios y detener el flujo sanguíneo hasta niveles extremadamente peligrosos. Otro tratamiento que tampoco se aconseja ya, es el de poner hielo sobre la zona afectada por la mordedura. Los médicos aconsejan que no se haga, ya que provoca que el veneno se quede estancado en un solo lugar, dañando más el tejido que si aquél se hubiera extendido.

Ya hemos visto lo que no hay que hacer en caso de mordedura de serpiente. Entonces, en resumen, ¿cuáles son las recomendaciones?

1- Mantener la calma, restringir al máximo el movimiento y mantener la zona afectada por debajo del corazón para que el veneno se extienda lo menos posible.

2- Si cuentas con un aparato de succión, sigue las instrucciones del fabricante.

3- Retira cualquier cosa que oprima el área afectada en caso de que haya hinchazón.

4- Fabrica algún tipo de inmovilización -no muy ajustada- para restringir el movimiento del miembro afectado.

5- Vigila los signos vitales de la víctima. Si aparecen señales de shock, hay que tumbar a la persona boca arriba, elevarle un poco los pies y cubrirlo con una manta.

6- Conseguir ayuda médica lo antes posible. Si es posible y seguro hacerlo –y si se tiene la suficiente presencia de ánimo-, llevar la serpiente muerta al hospital para poder determinar su especie. No pierda tiempo buscándola y cazándola si ello supone el más mínimo riesgo de sufrir una mordedura. Hay que tener mucho cuidado y coger al animal por la cola incluso cuando está muerto, porque hasta después de una hora de haberla matado, la serpiente conserva el reflejo automático de morder.

La mejor ayuda para una mordedura de serpiente es un teléfono móvil. Llamar al hospital
avisando de que hay una víctima de mordedura en camino facilita la preparación del equipo necesario, incluyendo el suero antiveneno, que es la principal arma de los médicos contra las mordeduras. Eso sí, no se puede utilizar hasta que no aparezcan los síntomas y se tenga la certeza de que la serpiente era venenosa, puesto que la aplicación del producto sin que exista toxina en la sangre puede resultar letal.

Por último y como dato curioso, en los últimos años, en lugar de inyectarse toxinas botulímicas en la frente para reducir las arrugas, los famosos han pasado a una moda incluso más desagradable: el veneno de serpiente. A un precio prohibitivo, el UltraLuxe 9 utiliza un preparado de veneno de víbora que paraliza parcialmente las zonas seleccionadas.... aunque todos estos famosos ya deben tener el cerebro paralizado si se deciden a utilizarlo.
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martes, 4 de enero de 2011

Skytrain: un día en el Asia del futuro


Caminar por Bangkok es como abrirse paso a través de una sopa húmeda y pegajosa. Ya de por sí, el clima no invita a dar largos paseos, pero a ello se suman otros factores comunes a tantas ciudades modernas de vertiginoso crecimiento en el continente asiático: supremacía absoluta y apabulllante del coche sobre el peatón, lo que lleva a un ruido constante (aunque los tailandeses, y eso hay que agradecérselo, no son tan amigos de los continuos bocinazos como en muchos países del Oriente Próximo); una polución alarmante que se adhiere a la humedad; aceras minúsculas de superficie irregular, baldosines saltarines y anchura roída por los infinitos puestecillos de vendedores; y una profusión de horribles edificios de hormigón, vías rápidas y pasos elevados, que no han conseguido acabar todavía con amplias superficies de antiguas viviendas de poca altura que casi se dirían chabolas a causa del mal estado de conservación. Los pocos edificios históricos y templos de interés se han convertido en islas rodeadas de furioso ajetreo.

Por supuesto, si el peatón no encuentra placer paseando, el papel del conductor no es tampoco envidiable. Como hemos dicho, el tráfico es tan denso que en hora punta puede llevar dos horas recorrer una distancia de cinco kilómetros.

El ayuntamiento de Bangkok, ciudad perpetuamente congestionada, lleva años intentando remediar la situación. Por una parte, está construyendo una red de metro cada vez más extensa; por otro, el 5 de diciembre de 1999, aniversario del rey Bhumibol, se inauguraba uno de los sistemas de transporte de masas más moderno y chic del mundo: el Skytrain, la última joya de la corona tailandesa.

En poco más de una hora podemos recorrer de punta a punta las tres líneas de este elegante tren
aéreo. Accesible mediante escaleras mecánicas, las estaciones sobreelevadas son espaciosas, ventiladas, limpias y seguras. Los andenes cuentan con marcas que indican el lugar en el que se abrirán las puertas del tren que se aproxima, concentrando a la gente en esos lugares en vez de desperdigarse por toda la superficie. Una vez dentro de los amplios vagones, su gélido aire acondicionado nos proporciona una bienvenida escapatoria al húmedo calor. Pantallas de plasma muestran anuncios de estética japonesa, chillones y a la última moda, mientras de fondo suena un continuo zumbar de teléfonos móviles.

Tras unos inicios titubeantes, el Skytrain se ha consolidado como uno de los éxitos de Tailandia, transportando cientos de miles de personas diariamente, desde las seis de la mañana hasta la medianoche. En tan solo diez minutos puedes ir desde Siam Square hasta Sathon, una fantasía de ciencia ficción antes de que el Skytrain comenzara a funcionar. No sólo es un gran logro de la ingenieria civil moderna, sino que a los visitantes nos ofrece una oportunidad única: la de contemplar la ciudad y sus habitantes desde una perspectiva singular. A vista de pájaro observamos el Bangkok más actual: hipermodernos rascacielos, una sinfonía de acero cromado, vidrio y cemento; y, de repente, entre ellos, brillan las espiras y los llamativos tejados rojo y oro de un antiguo templo budista; o los jardines privados de las villas en las que reside la élite de la ciudad que se intercalan con barriadas de chabolas, colosales anuncios publicitarios sobre vallas, monumentos y un tráfico que parece congelado bajo el suave deslizar del tren.

El Skytrain nos ofrece así, un medio cómodo y barato de ver una de las partes más vibrantes de la ciudad que a menudo no merece la atención de los folletos y guías turísticos, más centrados en los viejos templos y los mercados flotantes. Pero un día en este tren nos brinda, además, la oportunidad de echar un cómodo vistazo a otro de los elementos inseparables y fundamentales del Bangkok moderno: los centros comerciales.

Porque el Skytrain, que no resulta en absoluto barato como medio de transporte diario para las clases más modestas de la capital, ya fue concebido en origen como parte de una red comercial de lujo que hace titubear incluso a los anticonsumistas más radicales. Las estaciones de tren están unidas mediante un sistema de pasarelas elevadas, auténticas calles de cemento que conforman una segunda ciudad por encima del nivel del suelo, y a las que están directamente unidos media docena de los principales centros comerciales de la ciudad. De hecho, podemos saltar de uno a otro sin necesidad de pisar el suelo, mojarnos si llueve o cruzar las ajetreadas calles, repletas de peatones y tráfico.

Los centros comerciales en Bangkok no son cualquier cosa. Se han convertido en el marco de toda
una cultura, el espacio en el que tienen lugar las relaciones humanas en una ciudad hostil al peatón y con un clima poco amable. Se han convertido en el equivalente a los parques de otras urbes. Incluso aunque su tarjeta de crédito no disponga de límite suficiente para hacerse con los artículos que relucen en los escaparates, cualquier habitante de Bangkok es un visitante habitual de estos “shopping malls”, templos al consumismo cuyas puertas permanecen abiertas a creyentes e infieles por igual.

Pero claro, también hay castas. Los centros comerciales conforman una especie de sociedad feudal. Los más gregarios prefieren el Emporium, los adolescentes recorren los apretados pasillos del Mah Boon Krong (MBK) y a todo el mundo le encanta el Siam Paragon que, presumiendo de elegante arquitectura futurista, pasa por ser el mayor centro comercial del Sudeste Asiático. La mayoría de los shopping malls cuenta con unos grandes almacenes (Tokyu, Zen, Sogo…) alrededor de los cuales nacen todo tipo de tiendas e, invariablemente, un gran y surtido “food court”: uno o varios pisos dedicados exclusivamente a establecimientos de restauración de toda especialidad y nivel de precios. El tipo de tiendas que se puede encontrar aquí no sorprenderá a nadie: de Zara a Adidas, de Calvin Klein a Swatch, las grandes marcas internacionales son las que dominan.

Pero siempre hay lugar para el toque local, para la sorpresa, como esa planta en Siam Paragon dedicada exclusivamente a servir de espacio de relación y expansión a adolescentes: grupos ensayando pasos de baile, muchachas intercambiando baratijas, fanáticos del skating y un gran “shopping mall” alternativo compuesto de chicos y chicas de menos de veinte años que, sentados dignamente en el suelo, exponen sobre mantas pequeñas cosas que ellos mismos elaboran en el lugar. Por poco dinero se pueden adquirir una amplia variedad de artículos, desde estuches pintados a mano hasta bisutería casera, desde colgantes para bolsos y móviles hasta pinturas y caricaturas realizadas con talento delante del comprador. El capitalismo de los grandes nombres deja aquí un espacio –interesado, claro, pero espacio al fin y al cabo- para la libre iniciativa juvenil.

Además de su aspecto práctico y elitista, el Skytrain proporciona al visitante la necesaria
introducción al moderno Bangkok. A poca distancia de la paz y la serenidad de los templos budistas de la ciudad antigua, de su arquitectura religiosa y ambiente más humilde y tradicional, discurre por las alturas un tren futurista que en su recorrido nos abre la puerta a un mundo que mezcla realidades con sueños, visiones de futuro con restos del pasado, lo tradicional con el producto de la globalización económica y cultural.
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