span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: Parque Nacional Chobe- Santuario de los elefantes (2)

viernes, 11 de marzo de 2011

Parque Nacional Chobe- Santuario de los elefantes (2)


No se puede decir que la noche fuera tranquila. Los afrikaners acabaron, con la colaboración alegre y desinteresada de algún grupo de viajeros, celebrando un concurso de “Miss Camiseta Mojada”. Puedo decir sin temor a equivocarme, que durante mi estancia en África ninguna manada de elefantes resultó tan ruidosa como aquel grupo hiperexcitado por la explosiva mezcla de alcohol y hormonas. Sólo unas horas después, a las cinco y media, salimos de las tiendas para subir a una furgoneta descubierta que nos conduciría al interior del Chobe para una cacería fotográfica de la fauna local. El amanecer y el ocaso son las horas más indicadas para encontrar animales puesto que las temperaturas son más agradables y el sol no cae a plomo sobre la tierra, marchitando cualquier intento de actividad física mínimamente intensa. Durante las horas diurnas, los animales permanecen ocultos al amparo de alguna sombra, sin moverse demasiado, y es difícil captarlos con las cámaras.

De todas maneras, ni siquiera en las horas “punta” es fácil ver a los animales si no se tiene el ojo entrenado. Es entonces cuando uno se da cuenta de la maravillosa capacidad de adaptación al entorno de la fauna. Incluso las especies más grandes, como los búfalos o los elefantes, son capaces de camuflarse con éxito a pocos metros del atento viajero. Por otro lado, la vegetación dominante en la mayor parte de los parques naturales de África del sur se compone de frondosos arbustos que forman auténticas barreras vegetales tras las cuales podría esconderse el pasaje completo del Arca de Noé. Es diferente en otros paraísos faunísticos de África, como el Serengueti o el Ngorongoro, en Tanzania, donde lo que preside el paisaje son extensas llanuras tapizadas de hierbas y sin obstáculos para la visión.

Apenas a un kilómetro del camping, circulando por la carretera principal hacia Chobe, el conductor se detiene para señalar una sombra inmóvil a escasos metros del arcén. Nos restregamos los legañosos ojos y forzamos la vista. La sombra comienza a recortarse más claramente y, al fin, conseguimos identificarla: se trata de un búfalo. Aunque su aspecto aparenta ser tan dócil como el de los bovinos domésticos, estas enormes criaturas están consideradas como
uno de los animales más peligrosos de África cuando se encuentran heridos, acorralados o amenazados. No cabe duda de que tienen un aspecto imponente junto a un modo de mirar ciertamente desasosegante. Cuando un vehículo se aproxima y se detiene cerca de donde se encuentran estos poderosos animales, se quedan inmóviles, observando fijamente a los intrusos, sin mover ni el rabo, con aspecto de malhumor, como si se les debiera dinero. Los búfalos se muestran más activos por la noche, cuando se alimentan, y al amanecer y ocaso, cuando acuden a beber. Fuera de estas horas, se dedican a permanecer al abrigo del sol, bajo la sombra de algún árbol o arbusto.

Tras una visita a este lugar en los años treinta, sir Charles Rey, el comisionado británico de Bechuanalandia, propuso crear aquí una reserva de caza. Nada se hizo hasta 1960, cuando una pequeña porción de lo que hoy es el parque se puso bajo protección oficial. Sin embargo, no fue hasta 1968, tras la independencia de Botswana, que se creó el actual parque nacional de 11.000 km2, uno de los principales imanes turísticos con los que cuenta el país. Es una gran extensión de
terreno herboso castigado por el sol, acacias y mopanes, refugio de una asombrosa variedad de vida animal.

Las orillas del río Chobe, con su permanente presencia de agua, albergan las mayores concentraciones de vida salvaje del parque. Las zonas pantanosas del Linyanti son hermosas. Los canales de agua están cubiertos de papiros y palmeras datileras silvestres; las higueras estranguladoras gigantes embellecen los bosques de ribera; las zonas de mopanes, acacias y kiaats se extienden hasta el horizonte.

No tuvimos demasiada suerte en aquel paseo matutino. A medida que el sol iniciaba su camino ascendente hacia el cenit, las tinieblas nocturnas iban siendo sustituidas por las alargadas sombras de árboles y arbustos. Nuestros trofeos se redujeron a unos adormilados hipopótamos semisumergidos, amontonados cerca de la orilla del Chobe esperando a que el sol calentara sus lomos, algunos búfalos que pronto se apartaron de la vista, una familia de facoceros que huyeron asustados al vernos, un solitario elefante macho que vislumbramos a lo lejos y montones de antílopes, que por su número acababan por saturar nuestro interés. Los caminos eran en su mayoría estrechas pistas arenosas que discurrían entre espesos matorrales. El que el parque sea uno de los principales santuarios salvajes de África queda demostrado, no obstante, bajando del vehículo y fijándose en la cantidad de huellas impresas en la arena y las defecaciones de dimensiones bíblicas y variadas formas. ¿Sería eso lo más cerca que tendríamos un animal (o un resto del mismo)? Hay que acostumbrarse a que los animales no tienen un instinto exhibicionista que les impulse a mostrarse al turista en su quehacer cotidiano. Al contrario, siempre que pueden evitan la presencia del hombre. No cabe pues más que confiar en la suerte –que a veces acompaña y otras se muestra esquiva- y esperar que durante el trayecto, la vida de alguno de los magníficos animales que pueblan el parque se cruzará con la propia a la vuelta de alguna curva.

Un tanto decepcionados por no haber experimentado esa explosión de vida que anuncian todas las guías en grandes letras acompañadas de llamativas fotografías de leones y leopardos, regresamos al camping para un nutritivo y tardío desayuno. A mediodía nos dirigimos de nuevo a Kasane con la intención de contratar una lancha motora que nos permitiera recorrer el río Chobe
y ver más de cerca los animales que acudieran a la orilla para beber o refrescarse por la tarde. Como ya comenté más arriba, Kasane consistía en un conjunto de edificios en desigual estado de conservación, alineados a lo largo de una carretera sin arcén. Se notaba que la afluencia de turismo al parque nacional estaba mejorando poco a poco el pueblo, pero todavía tenía un largo camino por delante. Deambulamos por el desangelado mercado local, donde los alimentos, animales y vegetales, languidecían bajo espesos grupos de moscas mientras se cuarteaban bajo unos toldos que apenas detenían el sol.

Los únicos establecimientos que destacaban eran el puñado gestionado por inmigrantes blancos. La población blanca de Botswana asciende a unas 15.000 personas, dos tercios de las cuales son extranjeros residentes. Una librería local en la que adquirí un magnífico libro sobre fauna autóctona parecía transportada directamente desde el londinense Covent Garden: cuidadas ediciones en tapa dura, material escrupulosamente ordenado en limpias estanterías, tarjetas de felicitación con cursis motivos gráficos de ositos y flores silvestres ajenos totalmente al mundo africano, manuales de jardinería y aves (actividades estas tan caras para los anglosajones)… La dueña era una mujer madura de cabellos blancos y aspecto saludable que hacía gala de una suavidad y acento típicamente británicos. Si no hubiera sido por la dependienta de color y la intensa luminosidad africana que entraba a raudales por las amplias ventanas, uno se hubiera creído en Inglaterra.

En Botswana hay muchos blancos que decidieron hacer de este desértico y fascinante país su hogar, su lugar de trabajo, el sitio en el que criar a sus hijos. Pero la cara menos amable del fenómeno nos sale al paso en una agencia de aventura en la que entramos a preguntar por la actividad que andábamos buscando. Mientras explicamos lo que queremos, oímos que alguien se dirige a nosotros en español. No muy alto, con inconfundibles rasgos latinos, vestimenta de safari y aspecto no particularmente imponente, Walter era de nacionalidad uruguaya y llevaba, según nos dijo, veintitrés años viviendo en Botswana. Inmediatamente, comenzó a darnos la brasa con sus ínfulas de gran explorador, una mezcla de cuentos fantasiosos, experiencias exageradas y machadas salidas de tono.

- Durante la temporada de caza de elefantes acompaño a los ricachones que compran licencia para matar a alguna de esas bestias. Varias veces he acompañado al primo de su rey –el de España- por aquí. - Bueno, a mí eso de la malaria ya no me preocupa ¿saben? La he sufrido varias veces. Pero nada, unos días de fiebre y malestar y luego, como nuevo. - ¿Van con un camión overland? Bah, si quieren les puedo llevar no lejos de aquí, a la verdadera África, la que no van a ver con un viaje así. Podemos montar las tiendas en mitad de ninguna parte y les garantizo que por la noche veremos leones. - No, si uno sabe cómo manejar a esos gatos grandes, no son peligrosos. Yo ya llevo tiempo aquí; no tengo ningún problema con ellos.
- Tomad mi tarjeta. Estoy preparando un viaje siguiendo la ruta de Livingstone, por la verdadera África, sin campings ni nada. Si queréis volver y conocer de verdad esto, contactad conmigo.

Era un individuo presumido, pedante y prepotente, pero lo más irritante de todo era su profundo y visceral racismo. Probablemente gozaba de una gran experiencia en el país y conocía la zona, la fauna y la manera de sobrevivir, pero jamás habría viajado con él. Además de su desbordante vanidad, hacía de su desprecio a los negros un motivo de alarde y supuesta jocosidad. Jalonaba continuamente sus egocéntricos discursos con comentarios despectivos e hirientes hacia la población local. “Son unos perezosos, no sirven para nada”. “Yo los tengo de boys, a pagarles lo menos posible, lo que se merecen. Total, con nada que les des, ya sobreviven”. “¿Ésos son los que van de tripulación con ustedes en el camión? Seguro que esos negros no tienen ni idea. Tendrían que venirse conmigo”. Bla bla bla… Al final y aunque no resultó tarea fácil –se ve que llevaba mucho tiempo sin practicar su idioma materno y no detenía sus exabruptos ni para respirar- conseguimos quitarnos de encima lo más amablemente posible al desagradable sujeto. De momento.

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