span.fullpost {display:none;} span.fullpost {display:inline;} DE VIAJES, TESOROS Y AVENTURAS: KEHLSTEIN - El inexpugnable refugio del Reich

viernes, 10 de febrero de 2012

KEHLSTEIN - El inexpugnable refugio del Reich

Vistas magníficas, una hazaña pionera de la ingeniería civil, malsano morbo histórico… esas son las armas con las que cuenta un antiguo edificio nazi para haberse convertido en uno de los principales imanes turísticos de Baviera.

El Nido del Águila fue el apodo que las fuerzas de ocupación norteamericanas dieron en 1945 al chalet que Hitler había construido en la cima del monte Kehlstein, a 1.834 metros de altura en los Alpes bávaros próximos a Austria. En puridad, hay que decir que no fue Hitler quien lo construyó, sino que se trató de un regalo por su quincuagésimo cumpleaños, en 1939, por parte de Martin Bormann y otros de sus más allegados, como símbolo de la altura y fortaleza del Tercer Reich. Y aunque se presentó oficialmente a Hitler en 1939, el complejo ya había sido finalizado para entonces y, de hecho, la mayor parte de las visitas que el Führer realizó a estas dependencias tuvieron lugar a finales de 1938.

Llegar a este antiguo refugio de Hitler es ya todo un viaje en sí mismo. Sólo hay un camino posible. Se tiene que coger un autobús especial en Obersalzberg, no lejos de Berchtesgaden, porque la carretera –cerrada al tráfico ordinario- es única en el mundo: se diseñó para cubrir una diferencia de desnivel de 700 metros en tan solo 6,5 km; se atraviesan cinco túneles, sólo hay una curva y se cruza la empinada cara noroeste dos veces. Los tímpanos se bloquean y el vertiginoso cortado que se desploma cerca de las ruedas del autobús ejerce una atracción irresistible a la vista.

Bormann, además de ser el cerebro tras la idea del refugio de Kehlstein, también fue el responsable de la construcción de esta asombrosa obra de ingeniería civil. Independientemente de su filiación política, hay que reconocer que habida cuenta de los plazos de construcción, el gasto y el trabajo necesarios, fueron no solamente su influencia, sino su energía lo que hicieron completarse con éxito un proyecto de esa envergadura. Porque, como suele suceder en estos casos, los trabajos se encontraron con dificultades inesperadas nada desdeñables, como por ejemplo el hallazgo, a mitad de camino, de que el tipo de roca no garantizaba la seguridad, lo que obligó a excavar un túnel de 150 metros. Las condiciones no eran fáciles y varios operarios murieron sepultados por avalanchas o despeñados por los barrancos.

Arrancada a la roca sólida y construida en sólo trece meses entre 1937 y 1938, la espectacular Kehlsteinstrasse no ha perdido todavía su calificación de hazaña constructiva. Tanto los métodos como las técnicas empleadas en esta obra continúan aplicándose en proyectos similares en la actualidad, y el hecho de que la carretera continúe estando operativa sin que haya sido necesario apenas mantenimiento –desde los años sesenta, la vía ha soportado el paso de más de cuatro millones de toneladas- habla por sí solo del nivel de la ingeniería germana la época. Continúa siendo la carretera más elevada de Alemania.

Y a pesar de que hay gente en el autobús a la que la estrechez de la carretera y la cercanía del barranco obliga a cerrar los ojos, las estadísticas deberían tranquilizarles. La seguridad continúa siendo excelente. La carretera se cierra en invierno y antes de reabrirse en primavera, se examina y limpia cuidadosamente. Desde que se abrió a las visitas en 1952, no se ha registrado ni un solo accidente.

Desde el aparcamiento que se abre al final de la alucinante carretera, se continúa a pie por un
imponente túnel que penetra 124 metros en el macizo montañoso. El final del corredor es un lujoso ascensor con adornos de brillante bronce pulido, espejos venecianos y cuero verde que transporta a los visitantes a la cima de la montaña en tan solo 41 segundos. Su recargada ornamentación oculta la sangre de los doce obreros que murieron durante su construcción. Aunque desde dentro no se percibe, se trata en realidad de un ascensor de dos pisos: la parte superior se detiene a nivel del piso principal y la inferior en el sótano de la casa como montacargas para las cocinas.

Aunque la Kehlsteinhaus no es grande, construir esta residencia de descanso, ya lo hemos visto, supuso un gran desafío para los ochocientos hombres que la erigieron. Hubo que subir los materiales utilizando un teleférico –que tuvieron que construir previamente-, enfrentarse a las duras condiciones meteorológicas de alta montaña, atender las exigencias y las presiones de Bormann y pasar un largo periodo alejados de sus familias.

Una vez en la cima hubo que retirar varios metros de roca para asentar los cimientos. Ingenieros, técnicos de los teleféricos, albañiles, carpinteros… trabajaban día y noche para levantar la estructura de madera y cemento, con fachada de granito extraído cerca del Danubio y muros de un metro de espesor. El resultado, una fortaleza inexpugnable sin aspecto de serlo. Las salas de conferencia, los dormitorios y habitaciones de servicio y las terrazas no son en sí algo especial, pero la imaginación y el increíble paisaje que se abre a los pies del edificio son una recompensa sobrada.

El apodo del lugar está bien elegido. Sólo las águilas parecen capaces de alcanzar libremente estas
cimas. Pero en realidad los alemanes no le llaman así (simplemente Kehlstein o “Casa sobre el Kehlstein). Parece que el novelesco nombre de “Nido del Águila” lo utilizó por primera vez el embajador francés André François Poncet; los norteamericanos y los británicos lo adoptaron desde 1938. Tampoco la denominación “Casa de Té de Hitler” (equívoco formado a partir de la denominación D-Haus, abreviatura de Diplomatic Reception Haus) guarda relación alguna con su misión ni su historia. Porque lo cierto es que este Nido del Águila tiene menos historia de lo que uno podría pensar dados sus padrinos.

La lección de historia conviene llevarla aprendida, porque los guías informales que ofrecen sus servicios no lo hacen en alemán, según parece por petición no oficial del gobierno con el fin de evitar atraer más neonazis de los necesarios. Tampoco la Kehlsteinhaus cuenta nada especial sobre sus residentes o el significado que tuvo. En un intento de lavar el pasado, el dinero obtenido de los tickets de entrada a las instalaciones se destinan a una fundación caritativa y, claro está, esto parece incompatible con los nombres de los jerarcas nazis, empezando por Adolf Hitler.

Y el caso es que esta reliquia nazi no jugó realmente un papel importante. Ni siquiera puede ser considerada como uno de los cuarteles generales de Hitler. Porque, a pesar de su espectacular localización, el lujo con el que fue amueblada y las modernas instalaciones, este regalo de
cumpleaños nunca fue del total agrado del Führer. Le molestaba la ligereza del aire a esa altura, le daban miedo los rayos que descargan sobre la cima durante las imprevisibles tormentas y no se fiaba de la seguridad del ascensor. Así que sólo estuvo aquí, según nos dicen los documentos, en catorce ocasiones y la mayor parte de ellas no permaneció más de 30 minutos. Su amante Eva Braun, en cambio, sí apreciaba la tranquilidad, la belleza y el aislamiento de la casa: aquí se celebró la recepción nupcial de su hermana en junio de 1944 (ocasión de la que se conserva la filmación)

Fue una suerte que este magnífico edificio sobreviviera a la caída de sus dueños. Aunque la Kehlsteinhaus fue considerada como objetivo militar por la Royal Air Force en abril de 1945 (se pensaba que había instalaciones militares subterráneas) los bombardeos fueron inútiles . Los ingenieros alemanes habían hecho un trabajo sobresaliente: era un blanco demasiado pequeño para un bombardero y no había cimas circundantes lo suficientemente elevadas como para batir la cumbre del monte donde se asentaba el “Nido”.

Al final el lugar se tomó a pie por parte de tropas de infantería. En una época y de un conflicto del
que se tiene tantísima documentación, resulta curioso que no haya acuerdo acerca de qué unidad e incluso de qué país fue la que tomó –sin resistencia- el Nido del Águila. Diversas unidades se adjudican la acción (entre ellas una unidad acorazada francesa compuesta de voluntarios españoles), pero lo más probable es que fuera la compañía Easy de la 101 División Aerotransportada norteamericana (el “asalto” se cuenta ejemplarmente bien en un episodio de la serie televisiva “Hermanos de Sangre).

En los años inmediatamente posteriores a la guerra, el hecho de que Hitler nunca lo hubiera considerado uno de sus lugares favoritos salvó a la Kehlsteinhaus de la destrucción que sufrieron otros “santuarios” nazis, si bien las tropas aliadas saquearon buena parte de su contenido para llevárselo como souvenirs, desde los pomos de las puertas hasta piezas de vajilla o muebles, muchos de los cuales pasaron a colecciones privadas o simplemente desaparecieron sin dejar rastro.

Los militares aliados se aprovecharon del lujo del lugar (aunque solo los oficiales tenían autorizado el uso del ascensor; la tropa debía subir a pie). El gobierno bávaro no paró hasta conseguir que se le devolviera el complejo (ahora está administrado por la Asociación Turística local, que a su vez subarrienda el restaurante). La casa fue restaurada y modernizada, pero ello no ha ocultado ni modificado sustancialmente el aspecto que tuvo en los años cuarenta, así que los visitantes que se acercan hasta aquí entre mayo y octubre tienen la oportunidad de asomarse a un rinconcito del temido Tercer Reich.

Desde esta atalaya privilegiada, desde la que se divisa un magnífico paisaje de montañas y lagos,
los jerarcas nazis, rodeados de comodidades, podían alzarse sobre el caos, la violencia y la destrucción que rugían allá abajo, en el resto de Europa. Hoy, el único ruido procede del bullicio de los abundantes grupos de turistas que acuden hasta aquí atraídos tanto por el paisaje y la inusual construcción, como por el morbo de pisar el mismo suelo que uno de los personajes más infames de la historia del siglo XX. La guerra terminó, pero Kehlsteinhaus sigue allí, como una reliquia que se resiste a desaparecer para recordarnos la realidad de otra época. Sin duda, cuando llegan las primeras nieves, los antiguos enemigos americanos y británicos en su actual forma turística se despiden hasta el año próximo, sus habitaciones se cierran, el restaurante apaga sus fuegos y el silencio lo invade todo, sus muros comienzan a soñar de nuevo con los viejos tiempos…

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